Palabra de artivista

Esperanza Aguirre es la Tomás Gómez del PP

La política es a veces un manantial de paradojas. Que se lo pregunten si no a la otrora prepotente lideresa Esperanza Aguirre que, tras ejercer una tiranía despótica y cínica ante sus rivales u opositores en Madrid (hasta el punto de retirarles el agua en la Asamblea sólo para subrayar su talante chulesco), ha acabado convertida en la Tomás Gómez del PP: muchas ideas renovadoras, mucha bravuconada, mucha oferta para liderar el cambio, pero cero posibilidades de entrar en la arena política sin el aval de su partido, el mismo que ataca y pone en evidencia.

En un giro algo cruel, los otrora feroces rivales por la Comunidad de Madrid han acabado en el mismo callejón sin salida de sus respectivos partidos. Tomás Gómez se enfrentó a Zapatero en el PSOE reclamando una y otra vez una renovación que jamás llegó y Espe hizo lo propio con su envidiado pesidente Rajoy al que, por más tretas, encerronas y burlas que haya intentado no ha conseguido desplazar del PP y la presidencia. Pobre Espe, ella, a diferencia de Tomás, ha tenido tanto tiempo la miel en los labios que no sabe distinguir bien sus delirios populistas de la realidad que la llevó a esos destacados puestos. Fue olvidarse de que sin los Aznar (compis de carrera que la pusieron allí) ella no es nada que, ahora que no se habla con sus valedores (incluso bromea sobre sus enfrentamientos con Ana Botella, a quien quiere quitar el puesto), se ha creído su papel (caricatura) de habilidosa política que consiguió sus posiciones por su mente maquiavélica y no por estar casada, conocer, apoyar y tramar con quien lo hace. Pero ella sigue desempeñando su papel de temible adversaria sin darse cuenta de que ya sólo es una caricatura de si misma sin posibilidad alguna.

Al igual que Gómez, Aguirre tiene mucha presencia en los medios con declaraciones polémicas, contradictorias e incluso escandalosas. Pero ese reino mediático no se ve traducido en carrera política alguna. De hecho, tanto en un caso como en el otro, suelen ser utilizados por sus adversarios para atacar a su respectivo partido y cuando se acaba el interés en el partido, desaparece el interés en el personaje.

En el caso de Aguirre debe ser especialmente amargo, ya que desde su bochornoso paso por el Ministerio de Cultura que la convirtió en la Tamara/Ambar/Yurena de la cultura (cuanto más esperpéntica, más destacada) siempre le han hecho creer que esa abrasadora chulería, ese demoledor apisonamiento de los rivales, esa huida hacia adelante en la que se convirtieron sus arrasadoras políticas de chanchullos, amiguismos e ineptas gestiones destructoras de las arcas públicas, eran un don precioso en la política. Le rieron las gracias hasta que, sin explicarse cómo, se encontró aislada, acorralada y sin aliados en su partido. Había sido un juguete al servicio del aparato que distraía odios hacia políticos más discretos como Rajoy. Era útil.

Es lógico que tanto ella, como gran parte del partido, ahora se aferren con desesperación a la posibilidad de listas abiertas que puedan entronar a corruptos con poderosos amigos del submundo franquista, cristofascista, empresarial, como nuestra heroína apayasada cree, sin la aprobación de un partido que la ve acabada.

La derecha anhela esa política elitista sustentada por narcotraficantes, empresarios, curas o mafiosos tanto como el quitar el sueldo a políticos que garantizaría que los parlamentos sólo fuesen accesibles para los ricos o los corruptos (o ambos en la mayoría de los casos).

Pero parece que el devenir de Espe, como el de Tomás Gómez, no es posible sin el partido que atacan o critica. Paradojas. Paradojas. Crueles paradojas.

Huelga decir que lo que en el caso de Tomás Gómez es una necesaria intención renovadora de un partido apoltronado en la contradicción, en el de Espe es un ejercicio de cinismo que roza en el sainete: sus antecedentes de Fundescam, financiaciación ilegal demostrada (aunque oportunamente prescrita), de espionaje y de corruptos protegidos en la cárcel como Díaz Ferran, no la hacen una candidata muy creíble. Más bien una parodia de la renovación "que todo cambie para que todo siga igual" que propone nuestra adicta al chulaperio.

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