Sin filtro

Menos las víctimas, todos contentos

El juez campeador tiró el martes la toalla. Se desdijo de su intención de procesar al franquismo y remitió a los juzgados provinciales las peticiones de las asociaciones de memoria histórica para que se investiguen las desapariciones de represaliados por Franco y se recuperen sus cuerpos de cunetas y fosas comunes. Un mes –desde el 16 de octubre– le ha durado a Garzón el arrojo para investigar la masacre franquista: la persecución, muerte y desaparición de más de 130.000 personas durante la Guerra Civil y las primeras décadas de paz dictatorial.

La decisión del magistrado, al que le llovieron las críticas desde que admitió las denuncias de las asociaciones, tiene una clara voluntad preventiva. Digamos que le ha bastado con ser pionero en la intención de juzgar al franquismo, pero no quiso pasar a la historia como el primero en ser descalificado para investigar un caso. De haber esperado el diagnóstico de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, habría sido inaugurada la lista de magistrados a los que se tilda de incompetentes tras iniciar una instrucción.

Algunas fuentes jurídicas habían llegado a plantear que el juez podría enfrentarse a otro hito en la historia judicial española: la posibilidad de que la Sala de lo Penal lo procesara de oficio por prevaricación, al entender que su intención al admitir las denuncias de las asociaciones no era realmente juzgar al franquismo, sino ayudar a las asociaciones impulsando la creación de un censo general de desaparecidos y la elaboración de un mapa nacional de fosas comunes. Es decir, que la Sala podría haber acusado al magistrado de tomar decisiones jurídicamente insostenibles a sabiendas de que lo eran, en aras de un fin que no justificaría los medios por loable que a muchos pueda parecernos.

Así pues, la inhibición de Garzón sirve para tranquilizarlo, en primer lugar, a él mismo. Inmediatamente después al fiscal Zaragoza, que había recurrido con una dureza inusitada. En consecuencia, al Ministerio de Justicia, que respalda si es que
no auspicia las iniciativas de la Fiscalía.

Lo estarán celebrando también los revisionistas de la derecha, que vivían desquiciados estos últimos meses exigiendo procesar a Carrillo por los muertos de Paracuellos antes de sacar un solo cadáver más de las cunetas. Es de lógica que calme también al Gobierno, al que el magistrado había dado trabajo al exigir por vía de exhorto lo que la ley de la memoria prevé (el censo y mapa de fosas) y la Administración desoye.

En cambio, la renuncia de Garzón descorazona a las víctimas, que tendrán que volver a vencer a la burocracia para sacar a sus deudos del anonimato y darles digna sepultura. Y volverán a depender de las exiguas subvenciones públicas y la generosa entrega de los voluntarios para extraer, identificar y enterrar esos cuerpos.

En unos días, la espinosa cuestión de las fosas del franquismo volverá al letargo en el que estaba antes de que el juez estrella decidiera agitar la coctelera y servir a la opinión pública un debate que siempre logra encendidas posiciones enfrentadas.
Los optimistas defienden que el juez, al dar traslado de las denuncias a juzgados de 20 provincias, mantiene vivo el proceso a los crímenes franquistas. Que su labor es encomiable porque ha puesto el asunto en las portadas, ha nombrado un grupo de expertos y ha elaborado un censo de 130.000 víctimas.

Sea. Pero yo temo la resistencia de la judicatura y la desidia del Gobierno. De éste, la última iniciativa en favor de la memoria no trata de facilitar la apertura de fosas, sino de buscar nietos de exiliados para hacerlos españoles. Algo tendrá que ver el censo para las próximas elecciones gallegas y vascas.

El partido en el Gobierno salvó la cara en el último momento al forzar a José Bono a desistir de su idea de estrenarse en los homenajes a las víctimas de la Guerra Civil concediendo una placa a una monja. Ahora sólo falta que exija a su Gobierno, el de todos, que escuche las peticiones del juez, sufrague las identificaciones y encuentre a los niños robados.

Estaremos vigilantes.

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