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Los sembradores de odio

El Real Madrid y el Barcelona, con sus fichajes multimillonarios, con su plantillas plagadas de estrellas y con su poder mediático y económico, han reducido el fútbol español a una bronca permanente, a una tangana infinita que sólo sirve para sembrar odio. El absurdo intercambio de golpes e insultos en la Supercopa demuestra que los dos ¿grandes? han traspasado los límites de la cordura y de la sana rivalidad deportiva para adentrarse en el siempre cenagoso terreno de las afrentas y de las cuentas pendientes, al más puro estilo de los camorristas y los pendencieros.

"Todos somos responsables", afirmó Pep Guardiola tras el partido en el que se llevó el título. Tiene razón. Como la tiene cuando dice que algún día pasará algo grave y que hay que tener cuidado.

Estas declaraciones entran en colisión con las de Piqué. El central del Barcelona señaló a Jose Mourinho como el principal responsable de esa espiral de mal rollo en la que se han instalado los dos equipos. Esa teoría sobre la única culpabilidad del técnico portugués está muy extendida en los mentideros futbolísticos del país, pero me da la impresión de que no es del todo cierta.

Es cierto que Mou, obsesionado con derrotar al Barcelona y, sobre todo, con desmontar el mito que se está creando alrededor de Guardiola, ha embarcado al madridismo en una guerra estéril que seguramente no pueda ganar. Esta guerra está dejando la imagen del Madrid a la altura del betún y a ningún madridista, especialmente a Florentino Pérez, parece importarle mucho. El dedo en el ojo de Tito Vilanova, segundo de Pep, es una mourinhada más, otro ejemplo de las malas formas de este entrenador, muy alejado de lo que siempre ha presumido Florentino Pérez: el señorío, la deportividad, la elegancia.

No soy fan de Mou, pero creo no es el único culpable de esta deriva violenta. El Barcelona de Guardiola tiene una gran parte de responsabilidad. Los jugadores azulgranas exageran en su victimismo, acusando a los madridistas de dar patadas y buscar la bronca. Olvidan, sin embargo, la segunda parte del enunciado: a los culés les encanta provocar a los jugadores del Real Madrid y meter el dedo no ya en el ojo, sino en la herida que supone para los blancos saberse peor equipo.

La colleja de Vilanova a Mou minutos después de su dedazo o las declaraciones de Xavi al afirmar que la imagen del Madrid "es lamentable" por no quedarse a ver cómo recibían el trofeo, son una muestra de que el Barça se regodea en la victoria, de que está encantado de restregarle a los blancos su superioridad.

Otro ejemplo de que el Barça se ha propuesto hacer rabiar al Madrid fue Messi. Sorprendió ver al argentino fuera de sí en algunos momentos del partido. Puede entenderse lo de Marcelo, pero a Messi se le vio muy crispado antes y después de esa patada absurda del brasileño. Lo mismo les sucedió a muchos de sus compañeros.

Los jugadores del Barça saltan a la mínima en cuanto hay una entrada un poco fuerte y olvidan que ellos también las hacen. Se encaran con sus rivales a la mínima, reprochándoles patadas o actitudes que más tarde ellos mismos reproducen. Messi le estuvo buscando las cosquillas a Pepe en un par de ocasiones y lo mismo hizo Iniesta. La tangana final pudo haberse evitado con un poco de psicología por parte de los culés, pero estos han optado por el enfrentamiento: han decidido seguirle el juego a Mourinho. Ahí radica su responsabilidad.

Alguien tendrá que parar esto. El primer paso tendrían que darlo Mourinho y Guardiola, deberían seguirles los jugadores y, finalmente, los presidentes de los dos clubes. Si entre ellos no son capaces de arreglar sus diferencias, habrá que acudir a una instancia superior. La Federación debería imponer sanciones durísimas al mínimo enfrentamiento y dar carta blanca a los árbitros para que expulsen sin contemplaciones, aunque haya que suspender el partido.

El prestigio del fútbol español está en juego. Como sigan así se lo van a cargar, lo mismo que se van a cargar a la selección española. Si ya es triste asistir a este duopolio, a esta Liga escocesa en la que sólo compiten dos, lo mínimo que se puede esperar es que esos dos den ejemplo.

De momento sólo dan vergüenza, porque vergüenza da ver a los máximos representantes del fútbol patrio convertidos en simples sembradores de odio.

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