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Eurofeos

El Sueño de Morfeo se tornó pesadilla, frente a la grandilocuencia vacía y los alardes circenses de los favoritos de Eurovisión, los músicos españoles pagaron su discreción y pasaron casi desapercibidos entre la barahúnda atronadora, la escenografía circense y los efectos lumínicos de la eurotómbola, espectacular barraca de feria, pasarela por la que desfilaron canciones casi clónicas sin clara denominación de origen, pop anglosajón, cocina nórdica, kitsch envasado al vacío. La eurofórmula de los eurofestivales consiste en presentar canciones nuevas que suenen a viejas, canciones miméticas con estribillos reincidentes, mejor en inglés, lengua vehicular en una Europa en la que los británicos encabezan el euroescepticismo.

Yo siempre fui euroescéptico con respecto al festival de Eurovisión, ya lo era en 1968 cuando la armada española con Massiel, "la tanqueta de Leganitos" en vanguardia conquistó su primer bastión europeo tras una campaña diplomática en la que agentes españoles al servicio de TVE y del Ministerio de Información y Turismo sobornaron a algunos delegados dipsómanos con botellas de recios "coñás" ibéricos. La canción danesa que resultó agraciada este año con el número uno ha sido acusada de plagio, pero resultará difícil averiguar qué canción plagiaron exactamente sus compositores, el desfile de canciones fue una sucesión de plagios, de calcos de la misma receta trivial, comida rápida con fastuosas guarniciones, los organizadores suecos mostraron su extremada pericia en los efectos visuales, coreógrafos y diseñadores se lucieron arropando el vacío, desfilaron gigantes y cabezudos, vampiros, transformistas, contorsionistas y danzarines circenses expertos en el más difícil todavía, mientras entre el público flameaban las banderas de los países competidores y de algunos que habían quedado fuera de concurso, la exhibición de enseñas y pendones potenciaba el carácter nacionalista de la cita europea, cohesionada por un pop sucedáneo orquestado para crear un impacto tan potente como efímero, subproducto de usar y tirar perpetuamente reciclable.

Incluso José María Iñigo, profesional de variados recursos, ofreció una retransmisión plana y desganada, era imposible, o al menos extremadamente difícil, emocionarse con la previsible retahíla de banalidades o ponerle algo de suspense a las tediosas votaciones, intercambios de favores, campañas de buena vecindad entre países limítrofes o vinculados por una historia común. Estonia votará a Lituania, Suecia a Dinamarca y a Noruega, y las repúblicas exsoviéticas se repartirán amigablemente los votos en función de antiguas complicidades o se volverán la espalda por viejas rivalidades, Armenia no votará a Azerbaiján, ni a la inversa y Azerbaiján recolectará votos por favores energéticos e inversiones publicitarias. Azerbaiján, país dominado por una  férrea dinastía nacida del KGB, despliega sus alas en los foros internacionales sobre todo en los deportivos y musicales, escaparates que fueron, y son, propicios a las dictaduras en vías de promoción y homologación.

La deserción de Portugal y la defección de Andorra dejaban a la candidatura española sin sus apoyos tradicionales, apenas la lejana Albania se acordó de España, tal vez por solidaridad mediterránea. La canción que representaba a RTVE se perdió en la estruendosa y "ostentórea" vorágine de un festival que resurge en las nuevas fronteras europeas y en el que ya no pintan nada los auténticos amos del cotarro. Pena daba la fallida resurrección de Bonnie Tyler representando a Gran Bretaña, o la caída de Francia y Alemania en un concurso devaluado y prescindible. Recuérdenme que me olvide de comentarlo el año próximo para que no perdamos el tiempo ni ustedes ni yo.

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