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Mira quién habla

En un decorado de feria "modelna" que parece montado por "el Bigotes" con sus chicos de eventos especiales, un presentador disfrazado de jefe de pista circense, con chaleco y leontina, presenta a una pareja de bailarines que podrían haber salido del interior de una cajita de música y que se disponen a bailar un vals. Estamos en el prime time de la primera cadena un lunes de 2014 y "Mira quién baila" es un programa estrella y este comentarista se siente una vez más como un alienígena extraviado en un bucle temporal de una remota galaxia. Que el programa responda a las preferencias de los espectadores terrícolas del primer tercio del siglo XXI en España no acaba de entrar en la cabeza del cronista, algo desajustada desde que hace un tiempo asistió al irresistible éxito, no de uno sino de dos programas en los que patéticos, o atléticos, o ambas cosas a la vez, famosos y famosas se tiraban a la piscina. El que la piscina estuviera llena le quitaba algo de morbo al asunto pero, aún así, los espectadores podían gozar de algunos descalabros, luxaciones y contusiones varias de sus ídolos devaluados, dispuestos a hacer el ridículo y a dejarse los piños si fuera necesario. En "Mira quién baila" los riesgos físicos son menores pero en la anterior edición pudieron verse momentos que, puestos a buscar adjetivos a su altura podríamos llamar supercalifragilísticosespialidosos, como los que mereció la actuación estelar de la nietísima del excelentísimo dictador haciendo cabriolas como si no hubiera pasado nada ante la fascinación de una audiencia abducida y teledirigida.

En principio se suponía que programas como este, que repite temporada, estaban concebidos para desprestigiar y vaciar de contenidos y audiencias a la televisión pública antes de desmantelarla y vendérsela a los colegas de nuestros gobernantes que acechan en las sombras para hincarle el diente, o el pico al patrimonio público, pero algo falló, esta vez quizás lo consigan.

La semana anterior se despedía en las pantallas con un programa muy diferente que, para consuelo de comentaristas afligidos, nada tenía que ver con cabriolas o chapuzones y que se colocaba a la cabeza de las audiencias. "Salvados" una vez más por Jordi Évole , escuchamos, porque no había mucho que ver, un cara a cara entre  Artur Mas y Felipe González. No les diré de lo que hablaron porque ya lo saben y porque no dijeron nada que no supiéramos. Allí estaba Jordi como un juez de pista en un partido de tenis, sin amilanarse por la previsible tortícolis y sin inmiscuirse demasiado en los previsibles discursos de los dos debatientes que intercambiaron sus monólogos con buenos modales y buenas formas. En un perfecto castellano el president Mas (presidente le llamaba continuamente su interlocutor) expuso las razones de sus sinrazones y el expresidente González, apartado de la política activa por necesidad y de la política empresarial por "aburrimiento" expresó su decidida oposición en términos de absoluta corrección política. La conclusión a la que llegaron ambos estadistas fue que había que dialogar más, se supone que en otra ocasión y por supuesto a tres bandas. Rajoy brilló por su ausencia, que es por lo que suele brillar más a menudo, y nadie de su partido quiso apuntarse a la cita, privándola del que hubiera sido un buen aliciente, todos contra todos y dos contra uno, toda una encerrona y con Jordi Évole, toda una pesadilla para los populares, como árbitro del partido. No fue un programa para el antiguo follonero, quizás lo hubiera sido para Ana Pastor, pero hay que felicitar al salvador por su iniciativa y por el éxito de público. La Sexta hace lo que tendría que hacer la primera y la audiencia responde. Quizás todo no esté perdido, ni siquiera este oficio de contarles la vida del otro lado de las pantallas.

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