Mi televisión y otros animales

El dilema del prisionero

¿Conocen ustedes el cuento del traje nuevo del emperador? Los más jóvenes podrían pensar que es algo de La guerra de las galaxias, pero a muchos de esos  más jóvenes les gustó el personaje de Jar-Jar Binks, así que no hay que hacerles mucho caso. Resumo: un sastre hace creer al emperador que lleva un vestido tan sutil que las mentes ignorantes no pueden verlo. En realidad (¡SPOILER! Ejem) va desnudo y sólo se da cuenta cuando  un sencillo zagal le señala al culete. O eso es lo que nos contó a todos Michael Jackson. Perdón, Hans Christian Andersen, autor de la versión canónica del cuento.

La historia y la moraleja funcionaban hasta el siglo pasado. Hoy en día, el sastre hubiera sido un experto en moda molecular, el traje sería una deconstrucción de seda con ribetes de oxígeno y el niño hubiera pasado por un idiota sin cultura y Antena 3 montaría un debate para alarmar a la población sobre los menores que señalan al culete de los poderes fácticos.

Una de las dos versiones de ese chavalín soy yo con The prisoner, que parece que tiene encantado a todo el mundo menos a mí. El canal AMC se cascó en tres días una miniserie de seis episodios que pretendía actualizar la serie británica, clásica y homónima (que se note que en este periódico no ahorramos en adjetivos). Por cierto, la original no la he visto y no he querido verla para no tener con qué comparar. Me pasa con V, que como ya sé que son lagartos, pierde algo de emoción el rollo de las naves llegando "en son de paz". Pero a lo que iba: a mí ya me parece sospechoso que se la quieran quitar de encima en menos de una semana.

Entre cabezada y cabezada, me medió enteré de una trama extraña como un catálogo de Ikea sin fotos y, sobre todo, pasada de moda. El disfraz de conspiración empresarial no ocultaba el tufo a distopía de principios del siglo pasado. Uf. Dos frases más como esta y me pasan a opinión. Lo que quiero decir es que la trama y el ambiente recuerdan tantísimo a 1984, Un mundo feliz, Farenheit 451 y demás ciencia-ficción totalitarista que todo el tiempo da la impresión de que ya hemos estado allí.

La marca de la casa de AMC va a acabar siendo: "ambientamos de pu muy bien las series". La producción es sobresaliente, como en Mad men, el programa bandera de la cadena. En lo visual juega con una fotografía potente y un montaje desconcertante de esos que te hacen pensar que eres tonto porque te has debido perder algo en ese cambio de planos rápido y sincopado. Para compensar, luego ponen un montón de cámaras lentas. Es el equivalente en montaje a la línea de diálogo: "hum... aquí pasa algo muy raro". Yo prefiero la segunda, porque así el guionista nos llama tontos a la cara a los espectadores. Los montajes raros, si no salen bien, es como si nos dijeran: "¿cómo? ¿No lo entiendes? Ay, no pensé que no fueras capaz de entenderlo. Pobre". Y para eso ya tenemos a los columnistas de economía.

Lo mejor de la serie es, de largo, Ian McKellen, un señor que finge como nadie que es otra persona. Luego está Jesucristo Caviezel, tan intenso todo el rato que se le acaba teniendo rabia. Puede ser guión, dirección o interpretación, pero se me hizo muy difícil identificarme con el protagonista.

Las afirmaciones de "voy a escapar"  de Seis me recuerdan a cuando yo le digo al despertador: "ahora me levanto". Porque cada episodio es casi autoconclusivo y no hay avances importantes en la trama central. Al final intentan dar una justificación para eso, ya me dirán ustedes lo que les parece.

Tengo la impresión de que el sexto episodio de la duodécima temporada de Los Simpson fue mejor remake

Y con eso les dejo que pasen a los comentarios a vapulearme sin compasión. Pero antes comprueben que no vayan con el culete al fresco.

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