Mi televisión y otros animales

Fondos públicos y estrellas televisivas

Primero fueron a por la familia real y ahora a por todos los demás. El Reino Unido es ese país dónde no hay nada sagrado, excepto lo de hacer todo al revés que el resto del mundo. Entre otras cosas, tienden a producir buena televisión, los muy insensatos.

La polémica de la semana la protagonizaron un par de cómicos que gastaron una broma pesada a un actor de 78 años. La consecuencia inmediata fue el despido fulminante de uno de ellos y la suspensión por varios meses del otro. Pero también hubo carga de profundidad. Ahora el Gobierno británico no tiene claro eso de pagar 7,2 millones de euros a un tipo que no sabe medir dónde acaba una gracia. Y desde ahí empezamos a tirar del hilo y nos negamos a seguir malgastando el dinero del contribuyente. ¡Je!

Viene a ser lo mismo que si algún diputado encendiese un día la tele, se topara con ¡Mira quién baila! y empezara a hacerse preguntas.

O no.

Ya lo hemos dicho más veces, pero si programas como ¡Mira quién baila! generan en publicidad más dinero que el que gastan, no es tirar el dinero público, sino invertirlo sabiamente. Supongo que con Jonathan Ross, el origen de esta polémica, pasará otro tanto.

El argumento del ministro de Cultura británico es que las remuneraciones astronómicas socavan la confianza de los ciudadanos.

    - ¿¡Ein!? - contestó al unísono el coro de sorprendidos periodistas.

    - Ejem. Me refiero a los de la gente de la tele.

    - Aaaaaaah.

¿Y los sueldos del deporte? Antes de que digan nada, les recuerdo el apoyo municipal que cualquier ciudad da a sus equipos más relevantes. ¿Y el cine subvencionado? ¿Y las subcontratas de los centros culturales? ¿Y los alcaldes que cobran más que presidentes del Gobierno? ¿Y lo que se lleva muerto un crítico de televisión por reventar el trabajo de esforzados profesionales del audiovisual?

Al final va a haber que refundar el capitalismo de verdad.

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