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Seísmos

Parece que Pompeya será pronto una ruina. No es ninguna paradoja. La incuria que caracteriza todo lo que hace Berlusconi –digo bien: todo– esta vez se manifiesta en que Pompeya se está viniendo abajo. Ni la erupción original del Vesubio, ni los cientos de terremotos que han sacudido la ciudad desde que fuera desenterrada para instrucción y goce de las generaciones posteriores, ni la furia "de los elementos" a lo largo de los siglos han sido tan dañinos para el lugar como la desidia, el egoísmo, la incapacidad innata de los funcionarios berlusconianos que ahora corren sin prisa para ver si se encuentran culpables subalternos adscriptos al mantenimiento que puedan ser sacrificados sin dolor. A nadie parece cruzársele por la cabeza que a quien habría que cortar la cabeza (físicamente) es al jefe, al propio Berlusconi (sostengo que la pena de muerte debería ser aplicable sólo a los líderes, en particular a este).

Lo trágico está en que seguramente Berlusconi no ignoraba que la Casa de los Gladiadores se tambaleaba, como seguramente se tambalean otros cientos de joyas arquitectónicas en Italia. Ocupadísimo cultivando su físico y persiguiendo a las velinas en alguna de sus residencias calificadas de paradisíacas (siempre creí que el paraíso es un lugar aburrido), la realidad es que el estado de las villas pompeyanas le importa un comino. Berlusconi es el ejemplo más flagrante de la irresponsabilidad encaramada al poder (¿cómo pueden quedar políticos de otros países que se rebajen a darle la mano o, como el nuestro, que le sonrían no sin un enfermizo orgullo por aparecer en la foto en su compañía?), pero también de la imbecilidad de una mayoría popular que a sabiendas le sirve –con el afanoso e inconsciente apoyo de una minoría igualmente imbécil– de taburete o, mejor, de felpudo.
Claramente Berlusconi tiene pocos problemas, y entre ellos no figuran los seísmos. Véase L’Aquila, en la que, destruida por un terremoto hace año y medio, habiendo recibido decenas de veces la visita televisadísima de Berlusconi (con casco), todavía no se ha hecho absolutamente nada. Habría que aconsejar a sus habitantes que intenten paliar el sufrimiento pensando en que se trata de un problema de muchos siglos, como el de Pompeya, y sugerirles que más valdría que pensaran en trasladarse a pueblos vecinos, a otras provincias o países, en lugar de perder sus vidas luchando contra la indiferencia del poder político (o meramente sexual) de un Gobierno deliberadamente sordo. E impotente.

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