Tiempo real

Guerra de palabras

Una de las características más singulares de esta España nuestra –y no soy yo quien lo dice, sino viajeros empedernidos, gentes de mundo, personas cultas y de mucha experiencia– es que, al menos en los lugares públicos, se grita mucho. En otras latitudes y longitudes el acaloramiento "a la española" es tan insólito que se hace difícil comprender cómo es que el belicismo es tan universal. "Cuando dos personas se trenzan en una discusión en España dan la impresión de estar al borde de una guerra civil", he oído decir con humor negro y mucha gracia.
El asunto, a mi modo de ver, de gracia tiene muy poco. Los intercambios de descalificaciones entre los dos partidos más grandes son por lo general ejemplos lastimosos de afirmaciones grandilocuentes sin el mínimo contenido. Unos acusan a otros por "no arrimar el hombro"; y los otros acusan a los unos de no querer estar de acuerdo con ellos antes de "sentarse a negociar". El intercambio de expresiones despectivas es más rápido que una buena partida de ping-pong profesional, cosa perfectamente concebible a condición de que sólo se recurra a frases hechas y lugares comunes que se superponen en el ruido. En esa jungla de ofensas no es raro que algún tercero se entrometa con vaticinios catastróficos o triunfalistas, que nunca pasan del todo desapercibidos porque vician todavía más los ánimos, hacen que los decibelios aumenten y llevan al borde de la violencia.
Al borde, por cierto.

¿Habrán sido así las discusiones en los años treinta? ¿En qué momento se desencadenan las guerras de verdad? En el plano teórico, todos los análisis ya han sido hechos y están publicados y republicados. ¿Y en el plano vivencial?
Que un juez quiera indagar en los crímenes del franquismo debería ser motivo de apoyo incondicional en todos los ámbitos. Cuando aparecen zonas que "no se tocan", por las razones que sean, lo más probable es que allí residan vivencias no mencionables –por ideología, por desafío, por miedo. Por culpas vergonzantes.
Es ese el momento en que surgen las afirmaciones grandilocuentes sin contenido, única escapatoria –indigna pero única– para quienes una discusión es un conflicto y ganar es el único cometido. Ganar. Como sea. Si es necesario, recurriendo a la violencia. Si hace falta, matando y enterrando en fosas comunes.
Cabe preguntarse si ganar es tan importante. Cabe preguntarse si los vencedores no serán en realidad los vencidos. Y cabe preguntarse el porqué de todo ello.

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