Tiempo real

Cine

Sí, algunas películas se salvan, pero la mayor parte de las que pasan en la tele son unos bodrios espantosos. Los guiones fallan por la base, porque no tienen diálogos con un mínimo de interés pero, sobre todo, porque giran en torno a ideas mil veces vistas y mucho mejor realizadas en el pasado. La fotografía y el montaje no tienen lenguaje alguno y se repliegan en una sucesión de primeros planos, uno tras otro, porque abaratan la producción al reducir al mínimo los decorados. La música de fondo es siempre la misma, grandilocuente y omnipresente. Y los actores, como las actrices, sin ese mínimo de personalidad que fascinaba en viejas películas, son hoy imbéciles sin carácter cuya paleta artística no tiene más matices que una sucesión de etiquetas: "sorpresa", "sufrimiento", "sorna", "risa" y poco más. Lo que no falta son escenas de cama. Inexpresivas, pero de cama al fin.
De pronto se produce un milagro y, durante un par de semanas, Kurosawa se abre camino en la pantalla con verdadero cine. Los guiones no son gratuitos, interrogan al espectador, y no sobre asuntos triviales, sino sobre la vida y, por encima de todo, la muerte. Los diálogos arrancan risas y sollozos, sorprenden, tienen algo que decir. La fotografía es prodigiosa: no hay un encuadre defectuoso, la transición de un encuadre al siguiente vincula a ambos como notas en una partitura, y cuando la cámara barre ampliamente el set se la podría detener en cualquier momento y lo que se vería sería también un encuadre colosal. Los actores van madurando y envejeciendo a lo largo del filme sin que en ningún momento sea necesario un subtítulo que diga "Cinco años después", "Cinco minutos después" u otras sandeces molestas: se comprende por la imagen, se comprende por el diálogo, por la fina gama de expresiones, por los gestos y la ropa, por los detalles del decorado. Cada personaje tiene, no una, sino varias, muchas características que lo definen –su manera de caminar, de gesticular, de mirar, de beber, de no hacer nada o de intentar lo imposible–. ¡Y los silencios! Las largas escenas sin palabras ni música obligan a pensar, a prestar más atención, a no perder detalles esenciales de la imagen.

En una época se decía que el cine era una evasión de la realidad. Salvo para unos pocos políticamente fanatizados, la evasión no tenía connotaciones peyorativas, en todo caso no más que la evasión que daba una buena lectura.
Hoy el cine que echan es tan execrable que la evasión hay que buscarla en la realidad –o lo que nos queda de la realidad–.

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