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Montignac el Magnánimo

Seguí una dieta feroz durante exactamente 36 horas. Pero hallé en un aeropuerto Comment maigrir en faisant des repas d’affaires, del doctor Michel Montignac. Lo tragué con un hambre de dos días y me entregué a sus consejos. En dos semanas había perdido cuatro kilos. En menos de dos meses había perdido ocho kilos. Sin pasar hambre.
Viajé a París para hablar con el tal Montignac. Tenía sus oficinas en una de las avenidas más caras, y el aspecto de un templo sanitario. Nos dimos la mano sin decir una palabra, me desabroché la chaqueta, metí los pulgares dentro del cinturón y tiré hacia afuera: le sobraban por lo menos cinco centímetros de diámetro. Montignac sonrió, me dijo que quienes habían hecho su dieta hacían invariablemente este gesto y me invitó a sentarme.
Resultó que Michel Montignac era un seudónimo, que se había cambiado el nombre por oscuras razones de márketing; que lo suyo no era la dietética sino las multinacionales; que su talento era, por encima de todo, la venta imaginativa; que no tenía la mínima idea acerca de la edición pero que su libro lo editaba él en su propia editorial, Artulen, en cuyo catálogo sólo figuraba esta obra...

Su apariencia tranquila, tono de voz suave, sonrisa bonachona servían su causa mejor que mil tablas dietéticas. Sin alterarse. Apenas entrecerrando los ojos detrás de sus gafas metálicas.
Tal, la apariencia. Por debajo bullía un espíritu comercial agudo y despiadado. Tan despiadado como la elegante y cómoda prisión de su régimen. Eficaz. Misericordioso. Fácil de respetar. Pero cargado de un lenguaje de rigor poco menos que militar –desviaciones, transgresiones, trampas, alimentos amigos y enemigos...– que seducía y envolvía al usuario hasta la esclavitud. No me sorprendió que un día me preguntara si conocía algún colegio de jesuitas, en Barcelona, al que mandar a sus hijos. Lo que le importaba, por encima de todo, me dijo, era la disciplina.
No. No conocía yo ningún colegio de jesuitas, ni en Barcelona ni en ninguna parte. El libro salió y de inmediato se vendió muy bien. Pero a las pocas semanas yo ya no era dueño de mi editorial. Fui a visitar a Montignac a París –que había manifestado a Nicole su interés en fundar una editorial propia en España y confiársela a ella–. Le conté lo que nos había pasado y me escuchó con la misma cara bonachona de siempre. Me estrechó la mano y ahí terminó nuestra relación. Es divertido que en la solapa del libro la primera frase rece: "Michel Montignac es un especialista en Relaciones Humanas".

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