Todo es posible

Matraca electoral

Los dirigentes políticos están convencidos de que lo prioritario para crear adeptos es fiscalizar la televisión. Poco importa lo que escriban unas cuantas docenas de columnistas desafectos si en todos los informativos se consiguen espacios controlados donde emitir su propaganda electoral con sus soporíferos argumentarios. Ya lo dijo Giovanni Sartori, que el pueblo soberano opina, sobre todo, en función de cómo la televisión le induce a opinar. Los votos entran por la vista. Lo único importante son las imágenes, porque en ellas se centran todos los procesos de la política contemporánea. No quisiera llevar la contraria al viejo autor de Homo videns, pero, en esta ocasión, es imposible no contrariarle. La idea de que la gente no lee, no piensa, no entiende y que, por lo tanto, la opinión pública es algo frágil, inconsistente y, sobre todo, manipulable, es una de las causas que, tanto en Italia como en España, ha provocado el mayor grado de hartazgo de los ciudadanos hacia su clase política. Los italianos lo tienen peor que nosotros porque, con la excusa de defender la intimidad de los ciudadanos, pende sobre sus cabezas la ley mordaza de Berlusconi. Aquí tampoco nos faltan motivos para la protesta. El acuerdo de PSOE y PP para imponer durante las campañas bloques electorales en las cadenas públicas y privadas es un despropósito y una intromisión en la libertad informativa. Les puede salir el tiro por la culata. Cómo es posible que no se enteren de que los espectadores detestan la matraca diaria de la propaganda electoral insertada en los telediarios. Sólo conseguirán más hartazgo.

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