Todo es posible

Rebajas aromáticas

Las personas alérgicas al perfume no deberían salir a la calle en estos días. Que se abstengan de meterse en un cine o en un teatro, comprar en supermercados, visitar centros comerciales y viajar en metro, autobús o taxi. Ni siquiera los ascensores de los hospitales están a salvo de este furor aromático que nos invade. El ambiente está contaminado por una concentración insoportable de esencias caras y lujosas. Toda familia de renta media-baja o media-alta, con crisis de imaginación, ha sido receptora o donante de un maravilloso frasco de perfume. Es el regalo que nunca falla –te dicen en las tiendas–, a nadie le amarga un rico aroma envasado en un maravilloso frasco de exquisito diseño.

No voy a detenerme en las apabullantes campañas que en fechas señaladas casi monopolizan los espacios publicitarios en televisión. Resultan anuncios tan fascinantes e irresistibles como los cuentos de hadas infantiles. El caso es que la gente hace buen uso del regalo y se lo esparce generosamente, hasta que alguien, en un arrebato de sinceridad, le pide que se abstenga de contaminar el aire; que prefiere el olor a cuerpo, a tabaco o incluso a fritanga, que ese intenso efluvio a opio, egoísta o veneno (por citar algunos nombres traducidos todos ellos al francés). Sé que es inútil luchar contra la moda de perfumarlo todo, entre otras cosas, porque es uno de los negocios más rentables. No en vano, hay peligrosas bandas que se dedican a la falsificación de marcas de lujo o que emplean el método del alunizaje contra las cadenas de perfumerías para robar frascos que se distribuyen con facilidad en los mercadillos ambulantes.
Pero esta es otra historia. Usemos el perfume con moderación. Dejemos actuar a las feromonas libremente. Lo pido en nombre de los damnificados que tosen, estornudan y se quedan afónicos por culpa de la alergia al perfume.

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