Todo es posible

Boicot

Me piden que me una al boicot contra los controles irracionales en los aeropuertos, convocado a través de internet. Hoy, precisamente, tengo que viajar, así que me las ingeniaré para cumplir el compromiso de no pasar por el aro de ciertas medidas de seguridad que yo también considero humillantes. Como el otro día, alegando que tenía frío, me negué a despojarme de mi jersey y mi bufanda, me sometieron a un cacheo desconsiderado. Las normas son tan confusas y arbitrarias que, si al funcionario le hubiera venido en gana, me podía haber retenido por resistencia a la autoridad. No es un consuelo saber que en otros países los controles son aún más paranoicos y abusivos. En Estados Unidos se ha llegado hasta el absurdo de obligar a una mujer a quitarse una prótesis mamaria.

Puede que este boicot sea insignificante frente a la enorme cantidad de impedimentos, limitaciones, excesos y arbitrariedades que nos imponen de manera creciente a los ciudadanos de los países democráticos. No obstante, por algo se empieza, pues tengo la sensación de que aumenta poco a poco la tendencia a la protesta. No me refiero a las tradicionales manifestaciones o a las huelgas, sino a otro tipo de insumisión cívica, quizá no tan contundente, pero probablemente más efectiva. Acusan de irresponsabilidad a quien propone meter el dinero bajo el colchón, como en los viejos tiempos, entre otras razones, porque millones de hipotecados no pueden seguir su consigna. Pero circulan por las redes sociales muchas otras ideas que nos incitan a rebelarnos como clientes y consumidores. Es la manera más legítima de plantar cara a un sistema que los mercados se niegan a reformar.

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