Todo es posible

El pez gordo y la camarera

A la vicepresidenta Elena Salgado le salió del alma ponerse de parte de la víctima y considerar que las acusaciones contra Dominique Strauss-Kahn son de una extraordinaria gravedad. Si hay que solidarizarse con alguien, yo también me solidarizo con la camarera. Es difícil, y más para una mujer, compadecer a un pez gordo, como el director gerente del FMI, en un escenario tan conflictivo. Mantengamos la presunción de inocencia, como defensores que somos de la legalidad, aunque todo parece indicar que la víctima es la camarera.

Supongamos que Strauss-Kahn no haya cometido los graves delitos de los que se le acusa; suposición excesiva, a mi modo de ver, porque no me imagino a un tipo experimentado en estas lides cayendo en una sencilla trampa para cazar ratones. Poca confianza merecería la torpeza de un hombre que tiene tan descontrolada su vida sexual como un mono en celo, según le describe otra de sus presuntas víctimas. Me interesan tan poco sus sobredosis de viagra como sus atracones gastronómicos. Lo indignante es que sus aficiones sexuales le hayan llevado a cometer un presunto delito de violación, entre otros de la máxima gravedad.
Si resulta probado que la camarera afroamericana, de 32 años, fue retenida contra su voluntad, sufrió abusos sexuales por parte de Strauss-Kahn, logró escapar de sus garras y tuvo el valor de presentar inmediatamente una denuncia, se merece todo el respeto del mundo. Si, además, mantiene su acusación hasta el final y no acepta un intento de soborno por parte de los poderosos abogados, propongo que se le haga un monumento.

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