Todo es posible

Nada que perder

Me parece un escándalo que Jean-Claude Juncker, presidente del Eurogrupo, reconozca que los más débiles están pagando injustamente una factura desproporcionada por la crisis, pero que no les queda otra salida. A ninguno de los ministros europeos reunidos en Luxemburgo se les ocurre más alternativas. Para el comisario de Economía, a pesar de que se siente obligado a escuchar las voces críticas, lo prioritario es garantizar la confianza de los mercados o, lo que es lo mismo, que los acreedores cobren la deuda a países como Grecia, aunque su Gobierno tenga que apretar aún más las tuercas sobre la deteriorada economía de sus ciudadanos. O el Parlamento griego aprueba más recortes del gasto para los próximos cuatro años y una nueva serie de privatizaciones o se quedan sin la ayuda de los 12.000 millones de euros, imprescindible para evitar la quiebra.

A pesar de que admiten el impacto de las protestas, los ministros de la zona euro parecen incapaces de calibrar las consecuencias que puede alcanzar la indignación de millones de ciudadanos víctimas del desbarajuste laboral, con salarios de miseria, sus puestos de trabajo pendientes de un hilo, amenazados por el paro de larga duración, asfixiados de deudas y sin expectativas de futuro. A los prestamistas siempre les quedará la posibilidad de activar sus seguros contra impagos. La situación desesperada de los que no tienen nada que perder es potencialmente mucho más peligrosa que las incertidumbres de los mercados o incluso una coyuntural desestabilización financiera.

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