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Matar moscas a cañonazos

Hace un mes contaba aquí mismo cómo el Parlamento Europeo nos había negado el receso de 10 minutos que desde nuestro grupo (Izquierda Unitaria Europea GUE/NGL) habíamos solicitado para poder unirnos a una concentración en solidaridad con el millar de migrantes que habían perdido la vida intentando cruzar el Mediterráneo. Aunque no pudimos asistir, sí que nos comprometimos entonces a invitar a las asociaciones de migrantes convocantes a una reunión en la Eurocámara para que expusieran sus reivindicaciones. Y ese día fue este martes, en el que 35 representantes de nueve organizaciones de migrantes entraron en el espacio donde se toman tantas decisiones que afectan tanto a sus países de origen como a todos quienes habitamos Europa, independientemente del pasaporte que tengamos guardado en algún cajón de casa.

Vinieron acompañados por 300 compañeros, migrantes también, que se concentraron delante del Parlamento durante la visita. Allí sufrieron las agresiones de un grupo neonazi, primero, y las de la policía, después, que prefirió cargar contra quienes se manifestaban pacíficamente y recibían las pedradas, en lugar de contra quienes las lanzaban y luego huían impunemente. Más allá de este triste episodio puntual, nos queda la duda de qué hacían en la plaza durante el ataque fascista dos miembros del personal técnico de la delegación de Amanecer Dorado en el Parlamento Europeo. No queremos pensar mal.

Y porque no queremos pensar mal, suponemos que será cosa de las prisas que, con tantas reuniones de ministros, plenos parlamentarios y encuentros de expertos, a las autoridades de la UE se les haya pasado escuchar al supuesto destinatario (o al menos eso dicen las pomposas notas oficiales) de su política migratoria y fronteriza en proceso de reformulación: las personas que se juegan la vida cruzando el mar con la esperanza de encontrar en Europa un futuro con dignidad. Eso hicieron este martes en el encuentro que tuvimos con ellas, contándonos qué opinan de las leyes de extranjería, de la gestión de los naufragios en el Mediterráneo o de la situación de los CIEs repartidos por todo el continente. Encuentros que se repetirán periódicamente en el futuro y que incluirán visitas europarlamentarias a Lampedusa y a distintos CIEs. Pero hubo un tema que salió especialmente a colación: el reciente anuncio de la Comisión Europea de una operación militar (EUNAVFOR Med) en las costas libias destinada a hundir los barcos utilizados por las personas migrantes para cruzar el Mediterráneo.

Matar moscas a cañonazosEn repetidas ocasiones le hemos preguntado a la Comisión Europea con qué argumentos rechaza opciones de salvamento marítimo que se desarrollen al margen de Frontex, como las propuestas por ACNUR. Esta operación militar en Libia es su manera de respondernos indirectamente. Más allá de la injerencia que supone intervenir militarmente en un país extranjero con un Estado fallido (o precisamente aprovechando el vacío institucional para intervenir, cual potencia neocolonial). Más allá de los eventuales intereses de la poderosa industria armamentística que puedan esconderse detrás de esta operación. Más allá de que dichos barcos (desde buques mercantes hasta botes de pesca) sean susceptibles de ser utilizados tanto por las mafias como por pescadores locales huidos por el conflicto y que, cuando regresen a sus hogares, encontrarán aún más dificultades para ganarse la vida (como si la guerra no fuese suficiente). Más allá de todo esto, esta operación militar muestra crudamente cómo funcionan las mentes oficiales de la UE cuando toca abordar el fenómeno de las migraciones en el Mediterráneo.

En la versión oficialista de la UE, los únicos malos en la trágica película de la inmigración mediterránea son las mafias que controlan las embarcaciones con las que las y los migrantes intentan cruzar el mar. Y desde este estrecho punto de vista, es cierto que la respuesta militar y policial resulta coherente. Pero no hay muro ni ejército que frenen la desesperación y las expectativas de un futuro mejor. Los propios guardacostas italianos, situados en primera línea y responsables de haber salvado de la muerte por ahogamiento a miles de personas en los últimos meses, ya han dicho que ninguna acción militar va a resolver la crisis migratoria del Mediterráneo. Pero quienes legislan sin poner jamás un pie en la realidad no escuchan a guardacostas ni a migrantes.

Hundir barcos en la costa libia puede que alivie temporalmente la presión migratoria que sufren las fronteras meridionales de la UE. Pero no supone en absoluto una solución a la crisis migratoria en sí misma. Porque, sin barcos, las y los migrantes buscarán otros medios de transporte, otros canales, o simplemente malvivirán en las costas libias a la espera de encontrarlos. El problema no desaparece, simplemente la UE se lo quita de encima durante un tiempo. La misma lógica que hay detrás de la externalización de fronteras, de los puestos fronterizos mixtos en territorio africano o de la cooperación al desarrollo condicionada a que los países de origen y tránsito de los migrantes asuman tareas policiales para que así la UE pueda lavarse las manos.

A estas alturas resulta hasta obsceno insistir en que las causas están muy lejos de las costas libias, sus barcos y mafias locales. Tienen que ver con las condiciones que la propia UE impone a los países del sur con los que firma injustos y asimétricos acuerdos comerciales; con las prácticas comerciales de las empresas transnacionales con matriz europea que operan en los países de origen de las y los migrantes. Pero a pesar de las buenas intenciones, de los valores tan europeos y de aquel vergonzante e incomprensible Premio Nobel de la Paz recibido en 2012, la UE mira para otro lado cuando toca atacar las causas reales. Y no lo hace por desconocimiento ni por error, sino por intereses claros y bien definidos.

La UE depende casi por completo de la importación de minerales, combustibles fósiles y otros recursos naturales. Además, las potencias emergentes amenazan con morder una buena parte del pastel global históricamente detentado por Europa. ¿Cómo plantear siquiera el respeto de los derechos humanos en la explotación de materias primas en África si eso podría dañar la competitividad de las empresas europeas que se enriquecen con su comercio o que dependen de esos bienes para elaborar sus productos manufacturados? ¿Cómo plantear condiciones comerciales justas si gran parte del crecimiento europeo se base precisamente en esa explotación permanente del Sur global, sus gentes y sus recursos? Y si esta inacción provoca pobreza y migraciones en origen que, tras sortear desiertos, conflictos, penurias y mares, terminan llamando a las puertas de Europa, entonces le echamos la culpa a las mafias y hundimos unos cuantos barcos. Problema resuelto. Pocas veces la expresión "matar moscas a cañonazos" resultó tan ilustrativa y ajustada.

Por obsceno que resulte repetirlo, no vamos a dejar de hacerlo mientras siga ocurriendo, mientras la UE siga sin hacer nada al respecto. Al menos no lo hará en nuestro nombre. Y si para eso tenemos que convocar reuniones paralelas con asociaciones de migrantes, recibir pedradas de grupos neonazis y golpes de la policía, lo haremos igualmente. Porque para eso entramos y seguiremos entrando en las instituciones.

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