Trabajar cansa

La rabia desorganizada

"Hay que garantizar la seguridad y el normal desarrollo de las actividades de ocio de los jóvenes en el marco de la legalidad vigente" -Proposición No de Ley del PP en la Asamblea de Madrid- 

                           

Ya sabemos cómo son los adolescentes hoy: sólo piensan en divertirse, hacer botellón, usar la píldora postcoital como anticonceptivo, y jugar a videojuegos espantosos. Eso cuando están tranquilos, porque en cuanto se calientan se ponen violentos y se dedican a acosar profesores y compañeros de clase, violar niñas en grupo, grabar palizas con el móvil, y destrozar plazas. No tienen remedio. Necesitan mano dura, que les rebajen la edad penal, les pongan tarimas en clase y los pongan firmes en sus casas. 

No digo que no haya adolescentes que respondan a esos lugares comunes. Pero nos hemos acostumbrado a las generalizaciones, a construir una imagen catastrófica de la juventud. Y, ¿son realmente peores que las generaciones anteriores? 

La adolescencia es una edad furiosa. Todos pasamos por ella. Hay un malestar, una desubicación, una rabia, que al madurar creemos dejar atrás, como un picor juvenil que se curase con los años. Y sin embargo no es un malestar propio de la adolescencia, sino que ésta permite una mirada que transparenta todo lo insoportable, lo incomprensible, con lo que nos acostumbraremos a vivir. 

Pensaba en todo esto tras leer Deseo de ser punk, de Belén Gopegui. La protagonista expresa ese malestar, esa rabia tan extendida como desorganizada. Busca un espacio propio, algo de lo que carecen los adolescentes, un sitio donde estar sin tener que consumir ni participar en esas formas de "ocio alternativo" tan dirigidas y controladas como ajenas a sus intereses. "Necesitamos un sitio adonde ir", dice. "¿Para qué queréis un sitio?", le responderían los de siempre, "¿para drogaros, follar y dejarlo todo sucio?". Pues eso.

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