Trabajar cansa

Cosas de jóvenes, ya se les pasará

"Recuerdo mi etapa con veinticinco años y entonces también teníamos dificultades. Sí, seguramente yo estaría en Sol." -José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno-

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Si estos días hemos visto dirigentes políticos preocupados por la movilización ciudadana no era porque viesen amenazado el sistema ni temieran una revolución: es porque estábamos en vísperas de elecciones.

Si se deja de lado ese factor, se percibe menos preocupación, en políticos y sobre todo en tertulianos y analistas, e incluso una condescendencia paternalista: "cosas de jóvenes". Cosas de la edad, ya se les pasará cuando crezcan, dejémosles que se desfoguen unos días, que tengan su momento de gloria, y ya volverán las aguas a su cauce.

El viejo tópico dice que a los veinte todos somos rebeldes, y se nos cura con la edad. Hay quien piensa que movilizaciones así son ruidosas pero inofensivas, y actúan de válvula de escape: como el malestar existe, mejor que acampen en Sol a que asalten un ministerio, o el cercano Corte Inglés. Que jueguen con carteles idealistas, lemas ingeniosos y sacos de dormir, así volverán a casa más relajados.

Según esa teoría, cada generación vive su momento rebelde: antifranquismo en los sesenta, transición en los setenta, protestas estudiantiles en los ochenta, 0’7 en los noventa, antiglobalización, ‘No a la guerra’, y ahora ‘Democracia real ya’.

Así visto, puede parecer cierto: cada uno de esos incendios se extinguió sin quemar demasiado, y lo previsible es que los de Sol no logren cambiar el sistema electoral, y menos el económico. Pero es una lectura sesgada. Primero, porque no sólo hay jóvenes, aunque sean mayoría. Segundo, porque cada revuelta siembra, cada protesta abre un surco y deja una semilla.

Esos momentos de protesta fueron la toma de conciencia de muchos. A la mayoría se le pasó con la edad, sí, pero otros ya no se bajaron: los mismos que hoy acuden a las plazas y aportan su experiencia de lucha. No lograron sus objetivos, o sólo en parte, pero sirvieron: para que el poder no se sintiese tan impune, para ganar espacios de libertad, para construir resistencias. Sin esos momentos de rebeldía, viviríamos en un país peor. Los acampados de hoy tampoco harán la revolución, pero no será en vano.

 

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