Traducción inversa

La camisa africana

Pienso a veces en ese hombre anónimo a quien el doctor Pedro Cavadas realizó un trasplante de cara hace menos de un mes. Se trataba del primer implante de lengua y mandíbula del mundo. El paciente había perdido desde las comisuras de la boca hasta la base del cuello por culpa de un tumor, así que la intervención le supuso un cambio de vida radical e inimaginable. Tras diez años sin rostro, de pronto nuestro hombre se mira al espejo y aunque observa un híbrido inquietante se reconoce en él y quizá, por primera vez en tanto tiempo, sonríe con una mueca de alivio. Su rostro es también el rostro de otro, pero es el rostro de un ser humano.  De todas las profesiones, quizá sea la de médico la que concentra los aspectos más delicados implicados en el trato con las personas. Al funcionario que abusa de tu tiempo puedes llegar a odiarlo, y el taxista que da un largo rodeo hasta el aeropuerto te da motivos para meditar sobre la profesión de su madre. El médico, sin embargo –en el peor de los casos-, se ocupa de tu vida, y muchas veces en ese trance no hay una segunda oportunidad.  Por supuesto, hay médicos y médicos. Pedro Cavadas, por ejemplo, podría haber sido otro brillante cirujano plástico dedicado a engordar su cuenta corriente a base de inyectar bótox en esposas de banqueros, arreglar narices, vaciar nalgas y perfilar pechos, pero prefirió repartir su tiempo aplicando lo que sabe indistintamente en una selva subsahariana o en una operación inédita con la que hará historia. Luego salió en una rueda de prensa con una camisa africana y explicó su hazaña. Le dio un rostro a un hombre y eso no tiene precio.

Más Noticias