Traducción inversa

El otro muro de Berlín

  En el hotel Astral, en las afueras de Leipzig, trabaja como recepcionista Martin Meyer. Ahora que se conmemora el veinte aniversario de la caída del muro de Berlín, es oportuno preguntarse cómo ha funcionado la reunificación alemana. Martin Meyer es un hombre simpático, extrovertido, con una gran capacidad comunicativa. Conversar con él puede servir de ayuda para que el forastero entienda por qué una parte considerable de los alemanes del Este sienten nostalgia (Ostalgie) por un pasado nada idílico. La gran tragedia, explica Martin, es que el chocolate, el flan o el chicle ya no tienen el mismo sabor. Nadie –o pocos- añoran el pasado autoritario, pero la invasión de los productos del Oeste ha borrado de un plumazo los recuerdos de más de una generación. Así se entiende el éxito de museos como el de la vida cotidiana en la antigua RDA, situado tras la catedral de Berlín. O detalles aparentemente incomprensibles como el hecho de que algunos visitantes de la exposición permanente sobre la Stasi, en Leipzig, le pregunten a sus responsables dónde pueden adquirir las medallas, camisetas, encendedores y adhesivos con la expresión "Held der Arbeit" (Héroe del Trabajo), la quincalla del régimen comunista.

  La RDA tiene el dudoso privilegio de haber soportado dos regímenes sanguinarios y filisteos, de haberse visto en la obligación de adorar consecutivamente a Hitler y a Stalin –y a sus penosos secuaces. La pesadilla se acabó hace veinte años, pero la pregunta que aún se hace Martin Meyer es cuándo dejarán los alemanes orientales de ser considerados ciudadanos de segunda. Ese es el otro muro  por caer.

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