Traducción inversa

En el país de los ciegos

Ahora que las editoriales nos inundan con toda clase de recuperaciones de textos esenciales para comprender los horrores del nazismo, el Diario de un desesperado, de Friedrich Reck (Minúscula) merece una atención especial. Puede parecer que la gran masa de los alemanes bajo Hitler se sumó con entusiasmo al proyecto del perverso cabo austríaco. Reck está aquí para demostrarnos que unos pocos, perfectamente lúcidos en un tiempo de tinieblas, supieron mantener su dignidad aún a costa de perder finalmente la vida. Friedrich Reck no fue ningún héroe, como lo fueron por ejemplo los hermanos Scholl, a quienes admiró y con cuya organización de alguna manera colaboró. Reck se limitó a escribir en su diario todas las monstruosidades que la mayoría absolutísima de sus conciudanos vivía con perfecta normalidad. Para él Hitler no era nada más que "un mono perverso que se ha soltado de la cadena". Ese macaco uniformado había desencadenado la mayor hecatombe conocida, pero Reck (un burgués afincado en Baviera para quien el aristocratismo sólo podía ser una postura moral) no tenía la menor duda de que "la guerra está perdida desde el primer disparo". En consonancia con su clarividencia, por su cuaderno desfilan todos los grandes nazis (el peor, Albert Speer), y su desprecio los va desvistiendo implacablemente.

   En un país donde hasta las putas gritaban "Heil Hitler!" en mitad del coito (sic), posturas como las de este visionario entre ciegos nos reconcilian con la especie humana. Murió en Dachau, si eso puede llamarse muerte –como nos obstinamos en llamar vida a la penosa existencia de algunos de sus coetáneos.

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