Traducción inversa

El futuro de esto

Es bien conocida la anécdota de Luis Miguel Dominguín y Ava Gardner. Después de una noche loca de amor, el torero se levantó de la cama y se puso a vestirse apresuradamente. "¿A dónde vas?", inquirió la actriz, intrigada. Y Dominguín no vaciló: "A contarlo". Eso, señores, es el periodismo. Todo lo que sirvió luego al diestro para adornar su relato con sus amigos, apoyados todos en la barra de un bar, es la literatura.

  Es difícil calibrar hacia dónde va este oficio de contar las cosas. 2009, por supuesto, ha sido un año catastrófico, porque la crisis ha golpeado en todas direcciones. La reducción de la publicidad y la incógnita persistente de internet ha colocado al sector en una situación incómoda. En ese contexto, intentar averiguar si la prensa de papel tiene futuro sólo es una parte –quizá menor- del problema. La auténtica cuestión es si la interpretación rigurosa de la realidad seguirá siendo demandada y  rentable, en cualquier formato y circunstancia.

   Cualquier hijo de vecino, digámoslo así, es capaz de exponer una noticia, un poco como el que cuenta un cuento. Otra cosa es observar pulcritud sintáctica y ciertos matices deontológicos, intrínsecamente profesionales. Y otra cosa perfectamente distinta es no abordar simplemente el esqueleto pelado de lo real, sino intentar darle un sentido, y hacerlo con palabras bellas y eficaces.  Con crisis o sin ella, el periodismo no puede desaparecer. Necesitamos interpretar la realidad, porque sin análisis, la entropía generada sería letal. Vaya como vaya, siempre hará falta alguien que salte de la cama y vaya "a contarlo". Y muy detalladamente.

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