Traducción inversa

Medio siglo antes

   Hay películas, por supuesto, que se adelantan a su tiempo y nos describen, con todo lujo de detalles, un fragmento del porvenir con mayor exactitud que cualquier predicción más o menos científica. Ese es el privilegio de las obras de arte. Este mes se conmemora el medio siglo de La dolce vita, el film inmortal de Federico Fellini. Aunque este director tuvo ocasión de vérselas con Berlusconi en su momento, es obvio que muchos lo consideraban el candidato perfecto para haber llevado a  cabo la gran película sobre il cavaliere. Pero a falta de pan, bueno será señalar que si La dolce vita es algo es precisamente la exacta descripción del marasmo del presente a cuenta de la berlusconización de la vida social  italiana.

  No me extraña que L’osservatore romano calificara la obra de "obscena" (lo cual retrasó su estreno en España hasta 1980). La obscenidad se maneja en un nivel cuya sutilidad acaba siendo de brocha gorda. La obscenidad, en realidad, no tiene nada que ver ni con el sexo ni con la religión (los dos grandes temores vaticanos, por ese orden), sino con ese vacío moral que lleva al suicidio al personaje interpretado por Alain Curry (Steiner) y al desconcierto íntimo al protagonista, el gran Mastroianni.

  Vista hoy, La dolce vita no sólo nos habla de las estrellas de cine (con el fotógrafo Paparazzo dando nombre a una subespecie de fotógrafos carroñeros) sino también del sentido de una vida sólo ocupada en un placer que no provoca placer. El film acaba en una playa, pero podía haber acabado con la catedral de Milán golpeando con furia la sonrisa de un país enloquecido.

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