Traducción inversa

Nacionalismos

  Como casi todos los conceptos políticos, "nacionalismo" es un término demasiado vago. ¿Es bueno o es malo? Depende. En tanto que gesto de autoestima colectiva, como instrumento para proteger una lengua o una cultura secularmente maltratada, el nacionalismo puede ser positivo y aún necesario. Demasiado a menudo, sin embargo, bajo esta generosa etiqueta se refugian actores políticos que imitan sus gestos y su lenguaje, aunque en el fondo sólo enarbolan una máscara de feria.

  Estos días, con el conflicto del Cabanyal, hemos visto a la alcaldesa de Valencia y al honorable Camps lloriquear ante una opinión pública anestesiada, presentándose como víctimas de "Madrid". De pronto, dos antiguos, pertinaces y sedicentes nacionalistas españoles se han travestido de "valencianistas" para dejar en evidencia al gobierno de Zapatero, la única instancia dispuesta a impedir que el PP autóctono destruya el barrio valenciano por antonomasia, el de Sorolla y Blasco Ibáñez.

  ¿No resultan ridículos estos dos personajes que no reconocen otra nación que España ni otra lengua que el español subiendo al escenario para quejarse de que esa misma España les persigue y les quiere acogotar? La enfermedad social ha llegado a un punto en que todo esto se desarrolla sin mayores reprobaciones, con una aquiescencia generalizada, con una sumisión versallesca. Alguien debería desenmascarar a estos farsantes. Alguien debería recordarles que, si quieren disfrazarse de "nacionalistas oprimidos", antes tendrían que encontrar una causa justa para defender. Pero para eso, claro, hay que tener un poco de vergüenza. Y no es el caso.

Más Noticias