Traducción inversa

Corruptores y corrompidos

  Para que haya corrompidos tiene que haber corruptores. Esto es una obviedad. Según la literatura católica, el demonio se aparece ante el eremita transformado a veces en una bella mujer y busca poner en un aprieto su fortaleza, agrietada por las privaciones y la soledad. En el caso Gürtel, sin embargo, Lucifer enarbolaba un mostacho imponente, aunque esta ostentación pilosa nos parezca de una virilidad un poco tosca si de lo que se trataba era de impresionar primero a las esposas de los líderes.

  Cuando Álvaro Pérez, jefe de Orange Market, entregaba a Isabel Bas, esposa de Francisco Camps, un bolso de Loewe valorado en 750€ o un robot Aibo de 1.800€ para sus hijos calculaba (¡presuntamente!) los suculentos contratos que obtendría a cambio, pero en las conversaciones telefónicas intervenidas sólo chorrea un viscoso agradecimiento mutuo. El demonio conseguía así su propósito.

  Tras ser vencidos, algunos eremitas deliran. "Tenemos que hablar de lo nuestro, que es muy bonito", le dijo Camps a su diablillo particular, y no se dio cuenta de que se trataba de una beldad con rabo y pata de cabra.

  Al final, la corrupción consiste en que buenos y piadosos cristianos venden su alma por un precio insultantemente módico, mientras Belcebú se lleva sus ganancias a las islas Caimán, que son su paraíso particular. Luego, cuando son descubiertos, los corrompidos sólo necesitan rezar dos padrenuestros para que su caso no tenga efectos electorales y los corruptores están dispuestos a pasar unos años en la cárcel –como el maestro Roldán- a cambio de una jubilación dorada. Y así pasa la gloria del mundo.

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