Traducción inversa

El jefe al habla

  La semana pasada pudimos asistir a la concatenación de dos hechos trascendentales. Primero Barack Obama llamó por teléfono a Zapatero para que adoptara  ajustes drásticos en relación con el déficit español. La llamada -¿a cobro revertido?- tuvo lugar en el preciso momento en que nuestro presidente preparaba su ya famoso paquete de medidas destinado a sobresaltar un poquito a los funcionarios, a las madres y a los pensionistas (como enseguida le reprochó un Rajoy cariacontecido). No se sabe si, en la citada conversación, alguno de los dos interlocutores reflexionó un instante sobre la paradoja que supone que, ante una crisis global provocada por los tiburones financieros, las soluciones impuestas acaben amargando el almuerzo a los currantes de siempre. Eso pertenece al secreto del sumario.

  Casi al mismo tiempo que tenía lugar esta interesante conversación, era el propio papa Benedicto XVI quien recibía una comunicación directa de parte de Dios mientras viajaba en avión entre Roma y Lisboa. El Todopoderoso habló para Ratzinger por los métodos inalámbricos habituales y le convenció para que realizara sus declaraciones más demoledoras hasta el momento. Las palabras del Papa fueron taxativas: los casos de pederastia, dijo, no son una estrategia de los enemigos de la religión, sino un pecado "aterrador" que nace "justo del interior de la Iglesia".

  Estamos, pues, en buenas manos. Puede que las crisis de todo tipo –económica, de valores- nos estén mordiendo donde más duele, pero es esperanzador que haya alguien al otro lado del teléfono dispuesto a impartir instrucciones precisas. ¿O no?

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