Traducción inversa

Fusiles y crucifijos

  El episodio del Corpus Christi en Toledo, la semana pasada, merece una reflexión. Parece ser que las autoridades democráticas tuvieron que ceder ante la pretensión de los cadetes de "presentar armas" (sic) al Santísimo Sacramento, aunque la legislación vigente ya no preveía estos extremos un poco alucinantes. Nunca he entendido demasiado esa extraña ligazón que algunos establecen entre la religión y el ejército. Puedo comprender que, en un oficio donde la muerte es a menudo más que una hipótesis, los profesionales del ramo tengan creencias religiosas. Al fin y al cabo, cuando llevan a hombros a un compañero caído en acto de servicio y cantan "La muerte no es el final" eso les puede servir de cierto alivio (porque en esta vida, ya se sabe, el que no se consuela es porque no quiere). Pero la muerte es una experiencia común a todos los mortales, así que, ¿por qué el ejército, concretamente? A no ser, claro, que lo único que relacione de verdad a los oficiantes de ambos mundos –el de la guerra y el de Dios- sea la experiencia del poder...

  Es un hecho constatable que, en la mayoría de las infamias históricas, han ido de la mano un símbolo religioso y otro bélico. Los asesinos masivos más insignes han afirmado tener a Dios de su lado. Y, sin embargo –hasta donde yo sé- Jesucristo fue un tipo pacífico, el hijo de un carpintero que predicó el amor universal. Algo huele a podrido en todo esto. Y la visión de unos soldados presentado sus sables ante el Santísimo no ayuda a entender anda. Lo único que queda claro es que la religión está enferma y el ejército es algo anacrónico. Pues a ver qué hacemos.

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