Traducción inversa

Diputaciones

  Ha pasado demasiado ligeramente el conato de polémica sugerido por José Blanco a propósito del sentido actual de las diputaciones. En realidad, esa reflexión era más que pertinente: inmersos en una crisis voraginosa, donde al Estado se le reclama que aplique la austeridad en carne propia, preguntarse en voz alta para qué sirven las diputaciones provinciales es de una lógica aplastante.

  Al fin y al cabo, esos mastodontes propios del siglo XIX son una pura redundancia administrativa que se interpone entre las comunidades autónomas y los ayuntamientos. Forjados a partir de 1836 para responder a la vieja división en provincias del territorio, quizá tuvieran un sentido hace cien o cincuenta años, pero es obvio que ahora ya no lo tienen. Aunque se excuse su papel argumentando que son un apoyo imprescindible para los municipios pequeños, la realidad de cada día es que las subvenciones y las ayudas correspondientes llegan a los pueblos según su color político coincida o no con el color de la propia diputación. Esto es lo que han propiciado figuras como José Luis Baltar en Ourense o Carlos Fabra en Castellón, pequeños caciques adornados con mil y una excentricidades y presuntas corruptelas que dan la medida de en qué puede convertirse  la institución a  poco que se haga cargo de ella un gerifalte con sentido patrimonialista de la política.

  Por supuesto que habrá diputaciones eficaces y prácticas. Pero su concepción y su lógica son de otro tiempo. Así que habría que animar a Blanco a llegar a las últimas consecuencias con su lúcida interrogación. En época de crisis, la valentía tiene que ser de serie.

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