Traducción inversa

En el nombre de Amaniram Solmec

-"Es ahí, en ese árbol". Miré hacia donde señalaba su dedo y vi, en efecto, un pequeño e inofensivo peral. Entonces se me acercó y, cuchicheando, añadió: "Tú haz la foto y cuando la reveles ya me dirás".

El hombre se había hecho famoso urbi et orbi asegurando, con toda la entereza de su circunspección, que hablaba cotidianamente con extraterrestres y que el pueblo todo era una "base intergaláctica". El peral en cuestión era el centro neurálgico de la inteligencia estratosférica, la yema exquisita del huevo marciano. Dispuesto a escribir un artículo sobre la extraordinaria experiencia desarrollada ante nuestros ojos ciegos, me acerqué un día hasta su hogar. Se reveló la foto y no hubo nada. Sin inmutarse, me entregó un largo memorándum, transcripción fiel de sus conversaciones siderales, que comenzaba con un título intrigante y magnífico: "En el nombre de Amarinam Solmec, el Altísimo". Quería hacérselo llegar al obispo de la diócesis, porque estaba preocupado ante la posibilidad de que la Iglesia considerara impías sus pláticas espaciales.

No volví a hablar con él hasta mucho tiempo después. Lo saludaba a veces en la calle, sin perder él su paso arrogante y predeterminado. Dejó de hablar en público de ovnis y de marcianos. Tomaba su medicación con diligencia y seguía un régimen terapéutico de paseos largos y compasados. Cerró su peluquería, que de todas formas ya no tenía clientela. Un día, sin embargo, me paró en una esquina. Habían pasado veinte años desde la escena del peral. Forzó los ojos en una vehemencia muda, y luego masculló: ""Amaniram Solmec". Después siguió su camino.

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