Traducción inversa

Hawking, Sacks, Jones y todo lo demás

Mal tienen que ir las cosas cuando el columnista se ve obligado,  una vez más, a hablar de Dios en su pequeño espacio. Pero hace días que, reiteradamente, se suceden las noticias en que el Todopoderoso es el protagonista más o menos voluntario. Empezó Stephen Hawking promocionando su nuevo libro, El gran diseño, a base de negar la necesidad de una intervención sobrenatural en el origen del universo. Luego llegó Terry Jones, el pastor terrible que quería quemar coranes en la conmemoración del 11-S. Y después, como espeluznantes menudencias, las novedades de la pederastia en Bélgica, un indelicado catálogo de horrores.

A Hawking le contestó Jonathan Sacks, gran rabino de la Congregación Hebrea de la Commonwealth, con palabras meditadas. Según Sacks la religión no tiene un interés especial en la creación, sino más bien en cuestiones prácticas como: ¿Quiénes somos?, ¿Por qué estamos aquí? o ¿Cómo debemos vivir? Como un extraño eco de estas palabras, Terry Jones estuvo a punto de provocar un conflicto mundial desde su diminuta parroquia fundamentalista de Gainesville. Y así seguimos.

Lo más curioso de todo esto es que el Dios de Hawking, de Sacks, de Jones, de los musulmanes y de los curas pedófilos se supone que tiene que ser el mismo. Exista o no exista, sea razonable, airado, vicioso o vengativo, se trata del mismo tipo que provoca quemazón en los labios que lo invocan o en los oídos que lo reciben. Yo pensaba que la función de la religión debería ser esparcir la bondad y apaciguar los corazones de los creyentes. Entonces, ¿qué parte de la película me he perdido?

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