Traducción inversa

La pureza como enfermedad

No sé si ustedes han visto la película La cinta blanca (Das Weisse Band), de Michael Haneke. Si no es así, les recomiendo que lo hagan. Haneke ha creado un universo de gran cine a partir de, en sus propias palabras, "el problema del ideal pervertido", aunque todo el mundo ha visto en su parábola una alusión a los orígenes del nazismo.

Al final de la Belle époque, en un pueblo del norte de Alemania, una serie de acontecimientos inexplicables conmueven, con su terror gratuito, a una  pequeña comunidad protestante. Al principio de la película, y cuando todavía no sabemos que la violencia será una cadena que envolverá a los vecinos con una fatalidad inexplicable, el pastor decide que sus hijos lleven una cinta blanca en el brazo para purificar su mala conducta. Esa cinta –esos niños- va a erigirse en la metáfora por donde se deslizará el sentido de la obra, hasta culminar en un final (algo apresurado, por cierto) que, lejos de tranquilizarnos, nos sumerge en un estado de perplejidad.

Es demasiado fácil, en efecto, desencadenar la injusticia bajo el pretexto de preservar la pureza (o el orden, o cualquier otra rígida formulación equivalente). El racismo, por ejemplo. Estamos viendo ahora mismo como el resultado inmediato de la crisis económica (provocada por la avaricia de las grandes instituciones del capitalismo) es que el obrero español en paro le echa la culpa de todo no al banquero que le exige el pago de su hipoteca, sino al inmigrante marroquí... también en paro. Los grandes monstruos de la historia se engendran así. Y en blanco y negro, como nos ha enseñado bella y desasosegadamente Haneke.

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