Traducción inversa

Lo de Fabra

  Conforme pasa el tiempo, todo lo relacionado con Carlos Fabra va tomando una dimensión sorprendente, incluso grotesca. El caso que se ocupa del poderoso presidente de la Diputación de Castellón lleva ya cinco años en marcha, y no hay indicios de que se resuelva en breve. El buen hombre está acusado de cohecho, prevaricación y tráfico de influencias –entre otras lindezas. Poco a poco, y mientras en el juzgado de Nules jueces y fiscales se pasan unos a otros la patata caliente, la prensa va ofreciendo datos reveladores del sumario. Por lo que sabemos, Fabra debería justificar la procedencia de algunos millones de euros que lloviznaron sobre el centenar de cuentas en que figura como titular o autorizado. Por otro lado, nadie ignora que todo esto empezó cuando un socio despechado le acusó de recibir dinero a cambio de agilizar licencias de unos productos fitosanitarios. Recibir dinero, a lo que parece, es algo que a Carlos Fabra se le da muy bien. En esta vida, ya se sabe, cada uno nace con una habilidad. La habilidad de Fabra es engordar cuentas bancarias. Bien.

  Si yo fuera él, por cierto, desearía con toda mi alma que el juicio empezara ya. Cada día que se dilata, cada semana y cada mes que se aplaza su celebración, la malévola prensa de izquierdas va trazando un retrato del gerifalte provincial no demasiado favorecedor. La pregunta debería ser, en todo caso, si todo eso no tiene ningún efecto en el electorado. Al fin y al cabo, el PP gana en Castellón por mayorías muy absolutas. Sospecho, en ese sentido, que la clientela de derechas no se deja impresionar fácilmente con las acusaciones de caciquismo. Sé lo que digo. Yo vivo en el reino de don Carlos y oigo los comentarios de la gente. Sólo la izquierda –esos quijotes- se impresiona aún con estos temas. Luego están –o deberían estar- los "indecisos". Pues que vayan decidiéndose ya.

  Tengo para mí que toda esta historia sería la mitad de macabra si no tuviera por protagonista a un presidente de diputación. ¿Hay algo más absurdo –administrativa y políticamente- que una diputación provincial? Son entes mastodónticos, intermediarios, inverosímiles. Son instituciones del siglo XIX pugnando por resultar atractivas en pleno siglo XXI. Fabra es un reyezuelo que se cree Dios Padre en Castellón porque reparte monedas a manos llenas entre la multitud. Su público le aplaude y él sonríe. ¿Qué juez va a querer romper ese hechizo?

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