Traducción inversa

Tengan cuidado ahí fuera

El columnista, en el fuerte de su columna, se siente inexpugnable. Tener una columna se parece mucho a tener unos prismáticos privados, un preciado privilegio. Aquello que el columnista focaliza con sus ojos le parece el único fragmento de realidad digno de ser mirado. Por eso se esfuerza en que el lector dirija la vista hacia allí. Cuando el lector se da cuenta de que le gusta la manera de mirar del columnista, de que sus observaciones coinciden con las suyas, entonces se establece entre ellos una comunión indestructible.

Es precisamente por eso que el oficio de columnista tiene que respetar unas mínimas reglas deontológicas. ¿Hasta qué punto tenemos derecho a engañar y a engañarnos? Cada vez que un columnista le miente a su lector, aunque sólo sea por halagarlo, se está embaucando a sí mismo. Hay columnistas que siempre escriben el mismo artículo. Una vez les funcionó, y no hay nada como el eterno retorno. Hay columnistas que antes de entrar en faena miran hacia dónde sopla el viento y nunca navegan en sentido contrario. Hay columnistas que no se apartan nunca de la línea editorial del periódico que les paga, porque más cornás da el hambre. Hay tipos que escriben oscuro y otros que escriben claro, aunque el estilo no tiene nada qué ver con el interés de tus escritos, ni mucho menos con su autenticidad.

Si algo aprendí de este oficio es que nunca se domina del todo. Me siento ante el espectáculo de la vida y procuro ser honesto. A veces soy parcial o injusto o altivo, pero sólo creo en verdades provisionales. Tengan cuidado ahí fuera.

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