Traducción inversa

Trillo, ese patriota

  Se resuelve el juicio del Yak 42 y Federico Trillo, la X de esta ponzoñosa trama, sale en el telediario para anunciar que no sabía nada, que no es culpable de nada y que quiere mucho a su país. Muy bien por este chico. Ha dejado que sus subordinados se llenen de inmundicia hasta las cejas mientras guardaba un clamoroso silencio y, cuando se ha sentido aludido moralmente por la sentencia, ha desempolvado sus medallas, ha sacado brillo al sable, se ha colocado el sombrero de emperador y, con una mano en el infierno de la americana, ha vuelto para ufanarse de haber quedado indemne mientras sus hombre eran freídos a balazos.

 He aquí el retrato moral más acusado de lo que algunos entienden por patriotismo. Manual de instrucciones: ondear una bandera gigante en la plaza de Colón, perseguir lagartijas a bombazos en la isla de Perejil y ponerse firmes cada vez que se menciona la palabra Honduras –digo España. Con estas pocas normas uno puede pasar por un gran patriota aunque luego se te caiga un avión de puro viejo y los restos mortales de tus víctimas sean tratadas como esqueletos de perros callejeros.

  Federico Trillo es de los que se creyeron aquella bendita frase de Napoleón: "Cada soldado lleva en su mochila un bastón de mariscal". Sus mariscales, sin embargo, se rompieron el alma contra un desmonte turco y él corrió a refugiarse tras el blindaje de la obediencia debida. Pero hay un fallo: él era el ministro de defensa, es decir, el último en la cadena de mando –descontando a Aznar, otro gran patriota. Por eso la rabia de las víctimas le perseguirá siempre y contra eso no hay patria que sirva de coartada, maldita sea.

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