Traducción inversa

Los santos inocentes

Como en una escena de Los santos inocentes (esa gran novela/película futurista), Mariano Rajoy se ha sentado ante una mesa plegable en medio de la campiña y un mozo de oficio ha ido dando la vez. Hace un sol radiante, aunque la más dura de las tempestades puede fraguarse en cualquier momento. Don Mariano ha colocado a su derecha una fabulosa lista de canonjías, y a su izquierda versículos de su programa electoral inscritos en fragmentos diminutos de papel. A nadie le preocupa que esos fragmentos sean ilegibles, puesto que las prebendas son tan jugosas que podrían saciar el hambre de varias generaciones de etíopes.

El mozo va señalando el turno a los asistentes. Unos exhiben años de militancia, otros simplemente la longitud de sus colmillos. Pronto aparecen los que aducen, con grandes alharacas, servicios mucho más específicos: haber empeñado su nombre y su prestigio, por ejemplo, como tertuliano en televisiones autonómicas de tres al cuarto para honrar y alabar a su señor. Alguno de esos programas tenía audiencia cero (y "cero", aquí, no es ninguna metáfora), lo que da una ida de la magnitud del sacrificio de estos esforzados y objetivos comunicadores. Don Mariano, imperturbable, da a cada uno lo suyo.

La ceremonia está finalizando, sin embargo, cuando alguien observa que las promesas escritas en esos papeles se estaban borrando, y en su lugar aparecía la frase "A expensas del dictamen de los mercados". De pronto, la evidencia brutal les golpeó a todos: iban a ganar y no habría nada para repartir. Pues vaya fiesta.

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