Traducción inversa

Dios y sus enemigos

Si yo fuera un perverso apóstata, un jodido sin Dios, un ateo disoluto creo que Rouco Varela sería mi héroe. Este hombre de rostro enjuto y mirada severa, que preside la Conferencia Episcopal, simboliza perfectamente el motivo por el cual el paisaje moral de este país luce cada vez menos los colores del catolicismo. Cada vez que Rouco y todos los Roucos de España arquean las cejas, levantan el dedo índice de su mano derecha y proyectan al aire sus implacables admoniciones, mil ciudadanos dejan de ser cristianos.

El otro día, sin ir más lejos, dijo sin inmutarse que "hay que liberar a los jóvenes de los lastres del pasado, no cargándolos con viejas rencillas y rencores". Se refería a la Guerra Civil, por supuesto. Su receta  para cocinar la memoria histórica se resume de esta manera: "A veces es necesario saber olvidar".

Este propósito sería noble y evangélico si el sujeto que lo proclama no fuera uno de los promotores de la beatificación inminente de otros quinientos "mártires de la fe". Reivindicar a aquellos católicos asesinados por la violencia de los incontrolados en el bando republicano y negarse a  hacer lo propio con las víctimas del otro lado no parece una manera demasiado justa de "saber olvidar", ni de liberar a las nuevas generaciones de las "viejas rencillas" de sus antepasados.

En cualquier sistema moral de validez universal a eso se le llamaría hipocresía –o algo peor-, pero en el código particular del integrismo ibérico no deja de ser una manifestación menor de la santa desvergüenza. ¿Se extrañará alguien, entonces, de que cada vez los españoles sean más tibios en materia religiosa?

Hay algo que falla en esa fabulosa multinacional que es la Iglesia Católica. Sus responsables de marketing, singularmente, no dan pie con bola. Todo su negocio consiste en intentar evitar por todos los medios que el creyente de a pie entre en contacto directo e íntimo con Dios. Dios no puede estar en esas soberbias procesiones, ni en las multitudes sonrosadas que siguen al papa por medio mundo, ni mucho menos en los oropeles fastuosos de las ceremonias sacerdotales al uso. En caso de existir, Dios debe esconderse cada vez que Rouco y los suyos lo convocan a golpe de amonestaciones y reprimendas.

No debe la iglesia esforzarse en buscar a sus enemigos entre rojos y otras gentes de mal vivir. Nada como un obispo español para promover eficazmente el agnosticismo.

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