Fundación 1 Mayo

La pobreza no tiene “apellidos” ni “prefijos”

 

Daniel Kaplún

 

El tema de la pobreza en España ha ido cobrando creciente presencia en los medios de comunicación y en el debate público, como lógico efecto de su crecimiento exponencial a consecuencia de la crisis económica que padecemos (la mayoría de los españoles) desde hace ya no menos de 6 años.

Esa presencia se ha visto frecuentemente seguida o precedida (respectivamente) de "apellidos" o de "prefijos" que le acompañan: pobreza "infantil", pobreza "energética"..., o por el otro lado el "umbral" de la pobreza, o el "riesgo" de pobreza...

Estas formas de "apellidar" o "prefijar" a la pobreza, parecen poner el foco en un solo y único síntoma, como si la pobreza "energética" (por ejemplo) consistiese únicamente en que se carece de recursos para caldear o iluminar la vivienda, pero sí se tienen para vestirse, desplazarse, alimentarse adecuadamente o incluso llevar una vida social plena; en definitiva, todo aquello que nos permite vivir dignamente como seres humanos (y consiguientemente sociales). O como si (aún más absurdo) la pobreza "infantil" afectase únicamente a los niños, mientras los padres disfrutasen de los bienes y servicios básicos, pero se los negasen a sus hijos.

Y lo mismo podría decirse del "umbral" de la pobreza o del "riesgo" de pobreza:

• El "umbral" de la pobreza es un límite más o menos arbitrario que se fija para determinar quiénes pueden o deben ser considerados pobres y quiénes no; límite fijado generalmente en términos de renta, ya sea familiar o per cápita (y no es para nada lo mismo una cosa que la otra, como trataré de explicar más adelante).

• El "riesgo" de pobreza es un concepto aún más difuso, puesto que se trata de determinar a personas o colectivos que, sin serlo de facto, estarían amenazados de forma más o menos inminente de caer en la pobreza; en otras palabras, pobres "potenciales", lo que en términos operativos suele determinarse mediante una franja o intervalo inmediatamente por encima del "umbral", y siempre en términos de renta.

A mi modesto entender, la pobreza es un fenómeno único y global, que afecta a la totalidad del núcleo de convivencia y a cada uno de sus integrantes, aunque generalmente no en la misma medida, ni de la misma manera. Y en muchos casos también al entorno del núcleo afectado, particularmente a sus familiares más directos que, movidos por el amor y la solidaridad, suelen privarse a sí mismos de bienes o servicios esenciales para apoyar la supervivencia de los afectados más directos.

Lo que puede divergir son los síntomas que exteriorizan y hacen visible la pobreza. Síntomas que suelen ser el resultado de una elección, quizá no siempre consciente ni necesariamente deliberada, sobre aquello de lo que se puede prescindir y lo que se debe mantener. Es decir, de una escala de prioridades que lleva a decidir la supresión o reducción del acceso a determinados bienes o servicios y la conservación de otros.

La experiencia empírica nos indica que, con frecuencia, dicha escala de prioridades suele estar más regida por elementos socio-culturales que puramente racionales. Porque se suele otorgar prioridad a aquellos bienes o servicios que permitan disimular u ocultar las dificultades económicas por las que está atravesando la familia, por una parte, y sobre todo a proteger a los hijos de esa visibilidad y de sus posibles consecuencias en su entorno social.

Dicho en términos coloquiales, la escala de prioridades suele estar muy influenciada por la intención de guardar las apariencias. Y esta intención está, a su vez, íntimamente relacionada con los sentimientos y vivencias afectivasque se suelen generar en torno a la pobreza:

• La culpabilidad, y su consecuencia directa

• La vergüenza

Estas vivencias resultan especialmente intensas cuando el ingreso en la situación de pobreza es sobrevenido después de una vida de (relativa) abundancia o, al menos, exenta de dificultades económicas importantes. Y se acentúa cuando dicha situación de empobrecimiento sobrevenido se produce de forma individual, y no afecta al conjunto del entorno residencial o laboral del afectado.

Aunque pueda parecer contradictorio con lo sostenido hasta ahora, podríamos proponer por lo tanto dos nuevos "apellidos" para la pobreza:

• La pobreza crónicao estructural, es decir aquella que se ha padecido "desde la cuna"

• El empobrecimiento sobrevenido a consecuencia de la pérdida o reducción drástica de los ingresos de que se dispone

Esta última situación es la que ha crecido de forma exponencial en estos años de crisis, ocasionando a su vez una profunda transformación en la estructura social española, que se expresa en un fenómeno de movilidad vertical descendente, para la que no estábamos en absoluto preparados, después de una década de (aparente) sobreabundancia.

Este fenómeno de movilidad social descendente genera, a su vez, una profunda crisis de identidad en quienes lo padecen: su capacidad adquisitiva no se corresponde en absoluto con las necesidades y hábitos adquiridos durante la vida precedente, que determinan la identidad de clase subjetiva de cada individuo y, consiguientemente, de quienes conforman su núcleo de convivencia.

Se produce, por lo tanto, una ruptura entre la posición social objetiva y la identidad percibida, que impulsa a ese ocultamiento y ensimismamiento al que me refería anteriormente, potenciada por una moral social, profundamente enraizada en nuestra cultura, que nos impulsa a la búsqueda del éxito individual, tanto en términos materiales como de prestigio social. Moral social que, a la vez que premia el éxito (sin prestar mayor atención a los procedimientos por los que se lo ha alcanzado), tiende a estigmatizar el fracaso, culpabilizando de él a quien lo vive y negándole oportunidades de redención posterior.

De ahí la culpa con la que se suele vivir, al menos en una primera etapa, el empobrecimiento sobrevenido, y la necesidad de ocultarlo a nuestro entorno, en particular a aquellos de los que tememos una respuesta hostil. Esa culpa afecta especialmente a quienes se ven obligados a dejar de pagar sus deudas (particularmente los créditos, y en especial los relacionados con la vivienda) y los costes derivados del mantenimiento de los servicios esenciales: energía, agua potable, etc.

Dentro de esa tendencia al ocultamiento de la pobreza sobrevenida habría, por lo tanto, una gradualidad, determinada por la menor o mayor visibilidad externa de sus efectos, por una parte, y por quiénes se vean afectados por ellos. Así, cabe pensar que la denominada "pobreza energética" se encontraría en uno de los primeros estadios de la decadencia (en una sociedad en la que se tiende a facilitar muy poco el acceso a la vivienda a personas ajenas al entorno familiar más directo), mientras que la "pobreza infantil" se situaría en las últimos eslabones de la cadena, puesto que la protección a la infancia constituye, a su vez, una parte esencial de nuestra cultura social.

En cualquier caso, quienes luchamos por la construcción de un modelo social igualitario nos enfrentamos a un enorme desafío: el de transformar la culpa en rebeldía, ésta a su vez en solidaridad y, finalmente, la solidaridad en lucha colectiva organizada. En otras palabras, y retomando el lenguaje marxiano que, al menos en mi caso, he mamado desde mis primeros (y ya lejanos) pasos en la militancia política y social, transformar lo que en este momento sería una "clase en sí" en "clase para sí". Con la dificultad añadida de que se trata de un estrato social que escapa en buena medida a los modelos clásicos en los que nos hemos formado, y se hace por lo tanto necesario generar, sobre este fenómeno del empobrecimiento sobrevenido, una teoría sociológica que nos permita interpretarlo en su globalidad para poder abordarlo con acierto.

Aunque con frecuencia a tientas y sin un marco teórico exhaustivo, algunos movimientos sociales han logrado avances muy significativos en ese proceso de empoderamiento o adquisición de consciencia de clase(como se le prefiera llamar). De todos ellos, probablemente la Plataforma de Afectados por la Hipoteca es uno de los que más profunda y acertadamente ha reflexionado y actuado las raíces ideológicas y actitudinales del fenómeno. Pero su acción sigue limitada al núcleo de quienes han tomado la iniciativa de aproximarse al movimiento.

Sigue faltando, por lo tanto (al menos en mi modesta opinión), una adquisición de consciencia de carácter masivo, capaz de impulsar la transformación social profunda que se necesita en este país y en esta coyuntura. Las razones por las que, a mi juicio, las organizaciones políticas actualmente existentes no son capaces (algunas) o no se proponen (otras) dicha transformación serían largas de explicar y deberían por tanto ser objeto de otro artículo.

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