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Pasados y potencias de La Comuna

Mario Martínez Zauner
antropólogo y miembro de La Comuna

En ocasiones, al aproximarnos al estudio de pasados marcados por distintas formas de violencia política (guerra, dictadura, etc.) tendemos a dramatizar o resaltar los aspectos negativos y a obviar el enunciado, también equívoco, de que cualquier pasado fue mejor. Es evidente que estos pasados conflictivos conllevan una serie de heridas y traumas que por sí mismo el paso del tiempo no logra cerrar, y que requieren de la activación de un conjunto de mecanismos sociales, simbólicos, políticos e institucionales para lograr al menos una cierta reparación.

Pero es también igualmente cierto que al interior de estos pretéritos de ignominia, también habitan otro tipo de potenciales que no remiten a la figura pasiva de la víctima  ni apelan a la simple simpatía moral o humanitaria hacia aquellos que sufrieron la represión y el castigo por parte de regímenes totalitarios o dictatoriales. Por el contrario, estos potenciales pasados remiten a distintas figuras y modos de resistencia al fascismo, que en el presente se reactivan en primer lugar como una demanda beligerante contra la impunidad, que en el caso español es flagrante, y una exigencia de castigo para los agentes represivos y torturadores de la dictadura de Franco. E incluso, proponen un ideal de cambio y un horizonte social revolucionario.

Si bien Franco y su régimen ya murieron, no ha sido así con muchos de sus cómplices y criminales, ni con sus herederos políticos, institucionales y económicos (hay información sobre varias empresas del IBEX 35 que construyeron su fortuna durante la dictadura) cuya impunidad se perpetúa. Ello explica las actuales inciativas de denuncia y judialización de los crímenes de la dictadura, expresadas en la querella argentina iniciada por la jueza María Servini de Cubría, que busca llevar ante la justicia a algunos de los culpables todavía vivos, así como lograr una condena firme de los abusos represivos del régimen de Franco.

De todas formas, más allá de las formas de "resistencia", que en el pasado se dieron como disidencia y clandestinidad, y de las acciones actuales de denuncia por medio de la vía pública y judicial, cabe pensar en otras potencialidades de ese pasado y su  posible reemergencia en el presente. Potencialidades que en ocasiones establecen un puente entre generaciones, en una conexión como la que se produciría con el movimiento 15M, y su recuperación y apropiación de la denuncia sobre las irregularidades y carencias del proceso de transición hacia la democracia. Una denuncia que ya se había producido por parte de aquellos que lucharon contra el franquismo en su etapa final, y que se opusieron a un modelo de monarquía parlamentaria basado en la "amnistía para todos" que aseguraba la impunidad de los crímenes cometidos durante la dictadura e impedía una renovación de las instituciones y de los cuerpos judiciales y policiales. Y un modelo que cerraba la puerta a muchas de las potencialidades democráticas y transformadoras defendidas por aquellos que sufrieron persecución, cárcel y exilio.

Entre ellos, los presos políticos, que en su paso por la prisión franquista lograron desarrollar formas de resistencia y organización clandestina basadas en la organización de las llamadas "comunas". Las comunas eran dispositivos colectivos de gestión y distribución de recursos materiales y simbólicos, así como de reunión y toma de decisiones en cuanto a las acciones de protesta a emprender contra las direcciones de las cárceles y para la denuncia de un régimen opresor que no reconocía su existencia. Dentro de su repertorio de acción, se incluían los plantes, los escritos, las huelgas de hambre e incluso en ocasiones los motines y fugas, así como toda una serie de mecanismos para la entrada y salida de documentos y periódicos clandestinos, y de distintos recursos materiales que les permitieran mantener una cierta autonomía respecto a la administración penitenciaria.

Según el momento y las circunstancias, y en función de las distintas estrategias planteadas por los distintos partidos políticos al interior de la prisión (PCE, PCE (m-l)-FRAP, LCR, ETA, anarquistas, etc.) tanto fuera como dentro de la cárcel, dichas comunas lograban unificarse en una sola o bien se dispersaban en varias. Este ambiente favorecía la discusión sobre temas políticos y prácticos, que se vehiculaba mediante la celebración de asambleas y la organización de seminarios de todo tipo. Así, mediante una gestión relativamente autónoma de los recursos materiales y simbólicos en prisión, y mediante una cierta apropiación del territorio carcelario (lógicamente siempre precaria y sujeta a sanciones y a retrocesos en las condiciones), las comunas daban un soporte material a su disposición política para la lucha y la reivindicación, mediante la que los presos políticos lograban resistir en gran medida a su paso por las instituciones punitivas del franquismo.

Ya en la época presente, a partir del año 2010, varios de estos ex presos políticos se reúnen de nuevo y deciden organizarse mediante "La Comuna", tanto para dar a conocer su experiencia, marginada en el relato oficial de la transición, como para integrarse y dar impulso a la querella argentina contra los crímenes de la dictadura. De nuevo, a dicha asociación se afilian miembros procedentes de diversas corrientes y partidos políticos, con el objetivo central de luchar contra la impunidad del franquismo. Y entre sus empeños, destacan la denuncia de las represiones actuales y el apoyo a toda forma de resistencia contra el recorte actual de libertades, como el que representa la Ley Mordaza del PP.

Pero más allá de estas acciones concretas, y en relación con un pasado de larga duración, ¿acaso "La Comuna" no expresa también un potencial político, organizativo y simbólico que remite a un horizonte revolucionario? Dentro del depósito histórico de experiencias comunales, podríamos pensar en la revuelta de comuneros castellanos contra el rey Carlos I; o en las revoluciones del siglo XIX que culminan en la Comuna de París; o bien, en la resistencia partisana al fascismo; o también, en mayo del 68; o, como ya se ha explicado, en las comunas de presos políticos organizados contra el franquismo; o incluso si se quiere, en las asambleas del 15M.

Aquí hay que entender que cada manifestación histórica tiene su contexto socio-político, y que las similitudes han de buscarse no tanto en las formas concretas, como en el carácter potencial de cada una de las expresiones singulares. En ese plano, cabría pensar que existe una especie de eterno retorno de lo comunitario o comunal, que cada vez que se repite, lo hace de forma distinta (y ni siquiera más evolucionada, sino simplemente diferente). Y en ese sentido, hay que contemplar y analizar también el fenómeno actual de la Nuit Debout, que amenaza con extenderse desde París hasta convertirse en un movimiento global de lo comunitario, definido por los principios de cooperación, transparencia, solidaridad, horizontalidad y reciprocidad. Un potencial revolucionario que reclama una propiedad colectiva de los medios de producción, gestión y distribución, y en general de los llamados "comunes" (bienes, servicios y derechos compartidos), así como el ejercicio de una democracia participativa y radical.

En esta forma comunitaria de organización habita un modelo revolucionario de acción y participación aplicable al nivel del barrio, la empresa y el municipio que señala un potencial comunitario de largo alcance y de expresión múltiple. Como antropólogo, pude observar este potencial tanto en las asambleas del 15M como en mi asistencia a las reuniones de los ex presos políticos de la asociación La Comuna. Puede ser cierto que la historia se repita primero como tragedia y después como farsa (Marx dixit), pero no es menos cierto que repensar ciertas potencias del pasado puede suponer la recuperación de un anhelo permanente y colectivo de una vida más bella, más alegre y más justa.

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