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Holocausto, con hache de hipocresía

Por Luis Suárez, miembro de La Comuna.

Se ha celebrado recientemente el Día Internacional del Holocausto: 27 de enero. Fecha elegida por ser el día en que el Ejército Rojo liberó el campo de concentración nazi de Auschwitz, en 1945.

Coincide en estas fechas con la presentación en Madrid de una muestra realmente notable en su dimensión y ambición didáctica alrededor de dicho campo de exterminio nazi, con el título ‘No hace mucho. No muy lejos’. Este título expresa una intención, más allá del mero interés histórico e incluso del siniestro morbo asociado a esos centros del espanto, de provocar la alerta social sobre lo cerca que están en el tiempo y el espacio el terror xenófobo y la máxima crueldad como políticas orquestadas por el estado, a pesar de lo difícil que resulten de entender, siquiera concebir, bajo el prisma de los principios democráticos y humanitarios.

Esta alerta no está de más cuando asistimos a un nuevo auge de movimientos xenófobos y supremacistas, dentro de la misma Europa que en su día contempló con pasividad el antisemitismo creciente en extensión y agresividad, durante los años 30 no sólo en Alemania sino en prácticamente el continente completo. Como muestra, el ejercicio de inoperancia hipócrita que las entonces grandes potencias escenificaron en junio del 38 durante la conferencia de Evian, convocada precisamente para responder a esa ofensiva contra el pueblo judío, que se resolvió en poco más que simple humo.

Como no podía ser de otra forma, en este país sin políticas ni cultura de memoria democrática, tanto la exposición como la conmemoración han dado lugar a algunas polémicas mediáticas, azuzadas por lamentables muestras de manipulación o, al menos, utilización sesgada de la historia.

Por una parte, se ha llamado la atención al hecho de que la exposición citada, aunque haya sido producida por una empresa autodefinida como ‘europea con sede en España’, sin embargo no hace prácticamente mención alguna a los republicanos y republicanas españolas víctimas de los campos de concentración, en particular, de Auschwitz mismo.

Se estima que unos 7.000 republicanos españoles fueron capturados por los nazis tras la invasión de Francia en los inhumanos campos de internamiento en los que habían sido previamente encerrados por las autoridades de ese país; y otros (alrededor de 2.000), que cayeron luchando en las filas de la resistencia contra las tropas de Hitler también en Francia.

La mayoría fueron asesinados en los campos de exterminio, principalmente Mauthausen. Eso sin contar con los miles de sefardíes (judíos de origen español) deportados y, la mayor parte de ellos, también asesinados. En las deportaciones y exterminio de republicanos y sefardíes capturados en Francia la corresponsabilidad de Franco es directa: Hitler le ofreció su entrega, que aquel rechazó.

Así lo denuncia en Público Antonina Rodrigo, de la Amical de Ravensbrück, llamando la atención, una vez más, sobre la indiferencia institucional hacia la memoria de las víctimas republicanas. No solo a las caídas en nuestro propio país, sino igualmente hacia las que cayeron en la maquinaria de matar a escala industrial del régimen nazi.

Si la importante omisión en que ha incurrido esa exhibición puede considerarse benévolamente un lapsus freudiano provocado por el pertinaz olvido oficial, en cambio se torna abiertamente en desprecio en casos como el de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, la cual, durante el acto institucional regional conmemorativo, se negó a permitir la lectura de nombres de las víctimas del Holocausto procedentes de esta región - más de 500 -, tal como había reclamado la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica. Para la Sra. Cifuentes dichas víctimas no merecen, casi 75 años más tarde, el mínimo reconocimiento que supone ser nombradas individualmente.

Para el partido de gobierno, y para los sectores sociales y medios afines, está muy bien rasgarse las vestiduras públicamente en repudio del holocausto nazi, pero siempre que ello no suponga mención ni recuerdo alguno de las complicidades criminales entre aquel régimen y el franquismo y, en particular, las políticas antisemitas aplicadas por éste inmediatamente después de la guerra, orquestadas desde los influyentes sectores más filonazis del nuevo régimen, en particular ‘el cuñadísimo’ Serrano Suñer.

Incluso, si hace falta, se tira de Holocausto para descalificar movimientos o iniciativas políticas, aún a costa de la coherencia y de la simple decencia. Es el caso de ese portavoz del PP, Pablo Casado, que ha tenido la poca vergüenza de aprovechar la conmemoración para tildar de antisemita la campaña internacional BDS (boicot, desinversión y sanciones) contra la ocupación y persecución que practica el estado de Israel sobre el pueblo palestino.

Más allá de juegos demagógicos con el holocausto judío, la derecha, y el mundo en general, sabe bien que el antisionismo no es antisemitismo, y que lo que perpetra el estado israelí contra el pueblo palestino es otra forma de lento holocausto o sacrificio planificado , por el momento, impune, y que, casualmente, se está agravando en estos mismos días con las iniciativas en la materia del aliado principal del sionismo, es decir, el presidente-esperpento Trump: Reconocimiento de Jerusalén como capital israelí, bloqueo de fondos a UNRWA (la agencia de Naciones Unidas que tiene a su cargo a los 5 millones de refugiados palestinos), chantaje sobre la autoridad palestina para que acepte el trágala como fórmula de negociación...

También más allá de nuestra ciudad y país, la memoria del Holocausto se manipula y adapta a la agenda política del momento, en ocasiones tergiversando interesada y descaradamente la historia. Es lo que han perpetrado las autoridades polacas, en estos mismos días, con la aprobación de una ley que pretende corregir, es decir, falsificar, el pasado de ese país, al tipificar como delito cualquier alusión a la complicidad de sectores de la sociedad polaca en el genocidio judío que se llevó a cabo en su territorio bajo ocupación nazi, en particular en algunos campos de concentración como el de Auschwitz mismo.

No es por ley como se establecen los hechos de la historia, sino con investigaciones y debates libres y documentados; reconociendo, aunque resulten dolorosos, los errores cometidos como sociedad en el pasado, no como expiación o acto de masoquismo colectivo, sino sobre todo para no repetirlos. En relación al nazismo son muchos los intentos de ocultar las vergüenzas propias, sobre todo el fenómeno del colaboracionismo en países ocupados como Francia, donde la tentación de embellecer su respuesta colectiva frente a aquel sigue siendo fuerte.

En definitiva, la conmemoración del holocausto judío vuelve a poner sobre la mesa cuestiones recurrentes: ¿cómo tratar un pasado traumático cuyas secuelas aún están vivas? ¿es el blanqueo de la memoria una forma de terapia colectiva legítima?

Estos dilemas cobran en nuestro caso especial relevancia, siendo como somos un ejemplo singular, durante los últimos 40 años, de ocultación y/o falseamiento oficial de la historia. Y, en respuesta a las preguntas citadas, podemos bien testimoniar que ni el escamoteo ni el engaño perduran: antes o después los cadáveres mal enterrados afloran. Sus derechos procrastinados como víctimas, a diferencia de los inasibles espíritus metafísicos, sí resucitan; el tiempo transcurrido acumulará más dolor e injusticia, pero no será nunca capaz de borrar la historia.

Y es que rasgarse las vestiduras por el holocausto nazi es hoy casi un acto inocuo, políticamente irrelevante. No es tan fácil, en cambio, aplicar una mínima dosis de esa santa indignación a lo sucedido aquí mismo. Por eso la derecha vergonzantemente franquista se niega a aplicar la ira justiciera que hipócritamente exhibe contra el Holocausto nazi a nuestro propio holocausto (como fue denominado en célebre texto de Paul Preston el golpe militar contra la II República y sus secuelas), es decir, a los crímenes del franquismo durante la guerra, la posguerra y la larga dictadura.

En términos de justicia, de acuerdo a nuestro refranero, frente al cansino e inmoral lema de ‘no reabrir heridas’, se puede asegurar que ‘nunca es tarde si la dicha es buena’. Así nos lo ha enseñado recientemente Argentina con los procesos y condenas a torturadores y asesinos de la dictadura militar (1976-1983), y así lo recordó también el ministro alemán de justicia, Heiko Maas, anunciando en enero de 2015, con ocasión del 70 aniversario de la liberación de Auschwitz, la creación de una nueva comisión de investigación, para subsanar lo que entonces denominó las ‘vergonzosas omisiones’ de la justicia de aquel país en relación al Holocausto. ‘Ningún cómplice de ese crimen tiene derecho a vivir una vejez tranquila’, dijo entonces.

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