Verdad Justicia Reparación

La Gran Trama

Por Luis Suárez, miembro de La Comuna.

El falso cura armado y otras tramas del Estado

Llega un punto en el que uno ya no sabe si ciertas cosas sucedieron de verdad en este país considerado democrático, o si se trata del guión calenturiento de una serie televisiva. Y es que cuando empezaron a conocerse algunas de las ramificaciones de la trama resultaban a todas luces excesiva; de hecho, era todo demasiado fuerte como para poder ser aceptado sin herir la dignidad colectiva. La imagen que transmitía del aparato del estado y de algunos poderes como el financiero resultaba demasiado insultante para que un país con cierta autoestima pudiera asimilarla. Debe ser por eso que tan poco se ha hablado del tema.

El peliculón incluye mafias policiales, redes de espionaje con recursos públicos al servicio del mejor postor; conspiraciones orquestadas desde el aparato de estado para defender a un determinado partido y para atacar a sus oponentes; respetables banqueros convertidos en ‘padrinos’ (no de bodas o bautizos, sino de los otros); una vicepresidenta de gobierno compadreando con gerifaltes financieros... Por figurar figuraba hasta un falso cura armado integrante de una banda de asaltantes organizada desde la propia policía; en suma, la imaginación desbocada, como suele decirse, de un guionista quizás algo fumeta o dado a los sicotrópicos fuertes.

Expediente Kitchen: salvemos al PP

Detengámonos un momento en ese hallazgo narrativo: el falso cura armado. Este al parecer formaba parte de un operativo (sumario Kitchen) que desde la cúpula de Interior se puso en marcha para robarle a Luis Bárcenas documentos comprometedores para el PP. Dicho lo de cúpula sin retórica alguna: está implicado en el asunto el entonces nº 2 de la policía, Eugenio Pino, y quienes estaban por encima de él son actualmente aforados, sino probablemente estarían también imputados.

Concretamente, el tal Enrique Olivares, que es la identidad del falso cura, está condenado por el asalto al domicilio de Bárcenas en 2013, ayudado por el propio chófer de este (previamente comprado), donde amordazó y amenazó con pistola a su esposa, hijo y empleada doméstica para que le entregaran los documentos...

En lenguaje sencillo, como para un niño: Un gobierno del PP organiza, entre 2013 y 2015, desde el aparato de seguridad del estado una trama de espionaje y robo para hacerse con los documentos en poder del extesorero de dicho partido, que incriminan a este mismo partido por corrupción.

Y, ya de paso, los policías involucrados en la susodicha trama partidista se auto-retribuyen por sus desvelos con cargo a fondos reservados del Estado; y, para sellar todas las posibles fugas, al chófer-espía-ladrón se le coloca en la policía. ¿Puede haber algo más? Pues sí, además utilizan recursos operativos del CNI.

Rizando el rizo de la corrupción: la meta-corrupción

Estaríamos pues ante un caso notable de corrupción exponencial o meta-corrupción; o sea, de corrupción dentro de la corrupción, dentro de la corrupción... Para intentar tapar la corrupción del PP por cohechos y financiaciones ilegales, entre otros delitos, se incurre en más corrupción utilizando fraudulentamente recursos públicos, cometiendo crímenes como asaltos y amenazas, que se financian también ilegalmente, todo lo que luego se intenta camuflar y ocultar destruyendo pruebas, y se incurre en cohecho para silenciar a algún compinche...

Asombra comprobar las cotas que en tiempos del ministro-beato Fernández alcanzó la degeneración ética del ejercicio del poder para fines partidistas, electorales e ideológicos.

Recordemos en este sentido otras tramas como la llamada policía política, organizada, también con todos los recursos públicos y bendiciones del Ministerio del Interior, para perseguir ilegalmente al soberanismo catalán.

No hay duda de que el ministro beato y su cuadrilla aprovecharon el tiempo. Claro que aquel contaba con la providencial intercesión de su ángel de la guarda y de la condecorada virgen de los Dolores, entre otras. Así cualquiera.

Villarejo-Torrente, un servicio ‘inteligente’

Bueno, y contaron también con el concurso de alguien no tan inmaculado, el inefable perejil de todas las salsas turbias, el comisario José Manuel Villarejo, nuestro híbrido de Rasputín y Anacleto-agente-secreto, actualizado en la escuela Torrente.

Desde la Casa Real a los atentados del 11-M, pasando por el acoso (y apuñalamiento) a la dermatóloga del siniestro compiyogui de la Reina (López Madrid), con alguna escala intermedia en las subtramas chanchulleras del pequeño Nicolás, y en el Consejo General del Poder Judicial (sobornando a un funcionario con acceso a las bases de datos de la judicatura)...

Obviamente, me dejo mucho, no en vano han sido más de 35 años de conspiraciones y extorsiones las de este conseguidor, con un pie dentro (por ejemplo, como agente encubierto) y otro fuera de las entrañas del aparato de estado, o, más periodísticamente, de sus cloacas, que ha acopiado con ejemplar tesón testimonios incriminatorios para protegerse de (o sea, chantajear a) todos sus interlocutores.

La biografía de Villarejo, desde la Brigada Político-Social franquista y una etapa de policía anti-ETA durante la transición, y luego como detective-para-todo, legal o no tanto, es una metáfora extrema y continuada de nuestra democracia de ADN neofranquista y neorrealista. Aclarando que, a pesar del eufemístico nombre oficial dado a sus servicios (‘de inteligencia’), en realidad la ventaja competitiva de Villarejo no ha residido tanto en su intelecto, como en su acceso ilegal a fuentes policiales para sus ‘investigaciones’. Sí, se ha tratado siempre de una trama mafiosa en la que Villarejo es la cabeza visible, pero en ningún caso la única manzana podrida, o el único homínido-saurio mutante de alcantarilla.

A lo que se añade cierto, digamos, instinto antropológico. Valga como muestra la agencia de modelos que creó con la que chantajear o sonsacar, vía bragueta, a personajes varios. Así se lo confesaba al juez Garzón y a la jueza, ahora ministra, Delgado, en otras grabaciones recientemente desveladas.

González-Corleone y otros banqueros patrones

En las últimas semanas ha aflorado una sabrosa muestra de su labor en el campo de las altas finanzas que ha permitido airear interioridades poco edificantes de algunos banqueros y gobernantes, y de las connivencias entre ambos.

El centro de esta ‘pieza’ son los trabajos del detective-conspirador para el banquero amigo de Aznar, Francisco González, en su numantina lucha, dentro o fuera de la ley, por mantenerse en la presidencia del BBVA. Esos trabajos, documentados al menos entre 2004 y 2017, incluían, entre otras fechorías, el pinchazo de unos 4.000 teléfonos, interviniéndose unas 15.000 llamadas de personajes que van desde el rey emérito a políticos, empresarios, periodistas...; todo lo cual le fue retribuido a aquel, a través de una tupida red societaria, con más de 5 millones de euros; dinero del banco, claro, no del bolsillo del banquero. A lo que es posible que haya que añadir el incendio provocado del edificio Windsor de Madrid, en 2005, para eliminar un documento incriminatorio de dicho banquero, si se confirman las últimas y cada vez más flipantes sospechas.

Uno de los ‘daños colaterales’ de esta historia, al que no se ha prestado la merecida atención, ha sido la revelación de algunas conversaciones sonrojantes, entre las cuales una de 2005, bajo gobierno de Zapatero, en plena ofensiva desde éste y desde algunos lobbies empresariales para descabalgar a González de la presidencia del BBVA.

En la conversación participan Miguel Sebastián, jefe de la Oficina Económica de Moncloa e Ignacio Rupérez, jefe del servicio de estudios del Banco Santander (que en la conversación deja patente su papel de portavoz de su ‘jefe’, es decir, Botín), en la que se cuela en un momento dado María Teresa Fernández de la Vega, vicepresidenta del gobierno.

En síntesis, la conversación revela, de una parte, la activa complicidad de gobierno en las maniobras contra González; y de otra, la voluntad de aquél de hacerle favores al Banco Santander, ayudando, en concreto, a solucionar un asunto entonces bajo procedimiento judicial (el fraude de las llamadas ‘cesiones de crédito’).

Llama la atención la voracidad de poder de nuestra banca. No le basta con tener agarrados por las partes a partidos y medios de comunicación a través de deudas y publicidad. Tienen además que recurrir al favoritismo, la actividad mafiosa y otros recursos más personalizados, como las puertas giratorias.

Como muestra, siguiendo con el BBVA, parece inevitable referirse a otro escándalo del momento, en este caso alrededor de la polémica operación Chamartín.

Tal como se venía denunciando, y han confirmado los documentos secretos que se han filtrado recientemente, la sociedad DCN, concesionaria de dicha operación y dominada por BBVA, ha gozado de trato de favor sistemático por parte de Renfe-Adif, propietario mayoritario de los terrenos de Chamartín, a lo largo de los 25 años que lleva este culebrón urbanístico coleando, en otro caso de complicidad y favoritismo desde lo público hacia determinados poderes financieros, tan nefasto para los intereses generales como sospechoso de intereses ocultos.

Vale, ¿y vamos a hacer algo más que lamentarnos?

Todo lo cual llevaría a preguntarnos quién gobierna realmente en este país, si los poderes electos, o los no electos desde la sombra y el dinero, con el vaso comunicante, entre ambos, de las mafias policiales, judiciales, etc.

Es cierto que la corrupción no es patrimonio del Estado español, sino que es consustancial al capitalismo, pero en nuestro caso se da una tormenta perfecta: la herencia de un estado fascista nunca depurado, institucionalmente corrupto, junto a la corrupción posmoderna y tecnológica del neoliberalismo.

Muchos de nuestros ‘servidores públicos’ y sus empresarios de confianza constituyen una versión evolucionada del ‘camisa vieja’ con gemelos de oro que ha integrado con desenvoltura ambas culturas, franquista y neoliberal, al servicio de un aspiracional capitalismo de amiguetes.

¿Y qué se puede hacer al respecto? ¿qué reacción cabe esperar de la ciudadanía ante estas revelaciones, más allá del cabreo y la desconfianza, o con actual cursilería, la desafección?

Aquí le toca ya escribir al lector/a: nos corresponde como sociedad permitir o no que mafias policiales-financieras, en conjunción con determinados partidos políticos, sigan haciendo del Estado su coto de caza. Tenemos muchas oportunidades para expresarnos, tanto en la calle como en nuestros entornos sociolaborales, o en las próximas elecciones, pero para ello habremos de superar la apatía y el desánimo.

Está en juego nuestra delicada salud democrática.

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