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Y la Emérita, ¿qué?

Por Antonio Pérez, miembro de La Comuna

El rey Emérito ha dado muestra de su legendaria campechanía imitando cual simpa a la pícara plebe. Es decir, yéndose de tapadillo y sin pagar. Como tataranieto de Isabel II y –biológicamente hablando- del guardaespaldas Puig-Moltó, calcó a su abuelo Alfonso XIII quien salió en 1931 de España llevándose unos 50 millones de euros de la época y a su padre quien, sin moverse de sus yates, le dejó una herencia calculada en no menos de mil millones de pesetas. Hoy, al emérito se le calcula una fortuna de dos mil millones de euros por lo que, sea baja o alta esa estimación, que se le conozcan sobornos saudíes por valor de cien millones es una fruslería. Manejando estas magnitudes, también resulta que regalar 65 millones a una de sus querindongas es propiamente el chocolate del loro. Y, encima, sin saber en qué régimen matrimonial están inscritos. Pero, sobre todo, no podemos saber si son 65, 650 o 6,5 millones. Ni menos aún conocemos si fue un regalo o un depósito a una fiduciaria –antes llamada testaferra- con domicilio en el paraíso fiscal de Mónaco.

Las andanzas privadas de Juan Carlos I nos importan un bledo aunque sospechamos que sus amantes no podrán cantar "La bien pagá" porque el pago de sus servicios no las habrá alcanzado para comprar el bicarbonato y las sales de fruta que habrán necesitado para limpiarse el estómago. Lo que realmente nos interesa es que, siendo hijo de Franco, nació con un pecado original que nunca ha limpiado. Igual que nunca ha aclarado cómo fue posible que sus dos generales más monárquicos –Armada y Miláns del Bosch- le dieran un golpe de Estado el 23F y que Él se enterara "por la prensa".

Al lado de estas colosales trapacerías –que nacieron con sangre y casi volvieron a ella- que se resumen en cuarenta años de corrupción institucionalizada, son otras fruslerías propias del cargo. Por ello, nos ha sorprendido que el Presidente Sánchez declare que ‘el Estado empapela a las personas, no a las instituciones’. Olvidemos que el actual Estado juancarlista ha perseguido de iure y, sobre todo, de facto, a algunas venerables instituciones –que se lo pregunten a vascos y catalanes. Olvidemos asimismo que las instituciones no caen del cielo sino que son obra de la memoria de las personas –por curiosidad, ¿cuándo la Memoria Democrática será una institución y no una secretaría sin presupuesto?-. Olvidemos incluso el antiguo lema libertario "paz a los hombres y guerra a las instituciones" –también atribuido a Lenin. Pero nunca olvidaremos que la Monarquía es una institución espermatozoica y constitutivamente personal. Obviamente, Sánchez ha dejado claro lo que todos sabíamos: que seguirá protegiendo y pagando a la Casa Real.

Ahora bien, ¿hasta dónde llega esa Casa? Lo de eméritos –en plural- fue una ocurrencia de Juan Carlos apoyada por el gobierno puesto que ni esa palabra ni ese concepto aparecen en la sacrosanta Constitución. Sin embargo, la C78 sí estipula terminantemente que la soberanía reside en el pueblo y que la monarquía es sólo una forma de gobierno. Cállense, pues, esos palmeros que confunden forma con encarnación; forma es ornato protocolario y encarnar es un término religioso –léase, informe-. Por todo ello, cabe volvernos a preguntar ¿hasta dónde llega la Casa Real? Y, en concreto, aunque la pregunta sea retórica, ¿llega hasta la reina llamada emérita?

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Las monarquías son como la Hidra, cortas una cabeza y surgen media docena. Ocurrió en Gran Bretaña: en 1649, hartos de dos guerras civiles-religiosas promovidas por el rey Carlos I, sus súbditos británicos le decapitaron –para mayor inri, pusieron el tajo a ras de suelo para que no se pudiera arrodillar. Carlos fue heredado por varios reyezuelos e incluso emperatrices de manera que, hasta que estalló la I Guerra Mundial, la Casa reinante en Londres era la alemana Haus Sachsen-Coburg und Gotha. Como Alemania era el Enemigo, pasó a llamarse Casa de Windsor, dinastía de ‘orígenes inmemoriales’ cuando, en realidad, data de 1917.

Por su parte, en Francia, guillotinaron al rey y a la reina ‘alemana’, pero aun así, los Capeto reinaron esporádicamente y ahora Luis Alfonso Gonzalo Víctor Manuel Marco de Borbón y Martínez-Bordiú, bisnieto del Generalísimo, autodenominado duque de Anjou pese a que la república francesa no reconoce ningún título nobiliario, aspira heredar la corona de la Dulce Francia.

Mientras, en Portugal, fueron más drásticos: en 1908, el gran Manuel Buiça -acompañado por Alfredo Costa-, ejecutó al rey Carlos I y, simultáneamente, remató la tarea ejecutando también el príncipe heredero Luis Filipe. El siguiente rey duró menos de dos años. Se acabó la Casa de Braganza Sajonia-Coburgo y Gotha –otra vez los sajones...

En España, la reina emérita pertenece a la teutona-danesa Casa de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, un clan que se decantó por el nazismo. Sofía abandonó su religión ortodoxa al hacerse católica en 1961. Si París bien valía una misa –dijo un rey francés-, el Madrid ferozmente franquista bien la valió una abjuración religiosa. Apostasía ortodoxa indisoluble de un pecado original como el de Juan Carlos e igualmente sin renegar: ser hija de Franco. En el sentido antes desgranado, también podríamos preguntarnos si se enteró del 23F ‘por la prensa’ pero no vamos a suscitar veladas insinuaciones porque hay otros detalles que hoy nos interesan más.

No necesitamos conspiración alguna para constatar que una anciana cabeza royal se está librando del escrutinio sobre el Emérito. Es más, Sofía de Grecia-Dinamarca y España, es compadecida por el común. ¿Compadecida por la sinvergonzonería de su esposo cuando nadie cree que se casara por amor?, ¿compadecida por llevar una vida literalmente de reina, semejante en adulterios, ocultaciones, secreteos y complicidades a las de todas las monarquías? A la emérita la ensalzan porque, dicen, es "muy profesional". Pero, veamos, ¿ahora se llama profesional a callar ante el adulterio, olvidar las comisiones multimillonarias y, fiel a su clan filonazi, continuar la ayuda descarada a los (muchos) restos del franquismo? Pues sonará muy moderna pero, ayer mismo, a esa clase de profesionalidad se la entendía como propaganda de los peores arquetipos de la sumisión femenina.

Sofía Emérita es la vera imagen de la perfecta ama de casa -antes conocidas despectivamente como marujas: consentidora de sus astas córneas y florero de cuchipandas institucionales... mater dolorosa pero beneficiaria de la corrupción monárquica. Una imagen detestable siempre y, más aún, anacrónica en estos tiempos en los que la mujer comienza a romper el cepo doméstico. Gloriosa tarea que avanzará más rápidamente si recordamos que hidras hay muchas y que la Emérita encabeza a las Sumisas Profesionales.


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