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Mujeres solidarias contra el terror fascista

Por Luís Bará


Lo de las mujeres tiene que quedar escrito para la historia... Me interesa que quede lo de las mujeres, porque lo de los hombres se escribió siempre

Trinidad Gallego, luchadora antifranquista


Los lugares tienen memoria. El territorio es un gigantesco archivo que guarda el recuerdo de los silencios y de las heridas, que conserva un registro invisible de los miedos y de las luchas. Las actas del terror y de la dignidad humana. En eso estaba pensando José Mejuto Bernárdez, un mecánico de militancia comunista, de Cangas, cuando en julio de 1937 escribía una carta a su familia desde la isla prisión de San Simón, en la ría de Vigo:
"Cuando seáis mayores y hagáis una visita a esta isla, no como yo la he hecho, a la fuerza y con las manos atadas, sino en plena libertad, recordad que allí ha estado vuestro padre. Que cada rincón de la isla es un recuerdo mío...".
Era una carta de despedida, escrita pocos días antes de comparecer ante un pelotón de fusilamiento en la pontevedresa avenida de Buenos Aires. Los documentos oficiales registraron el asesinato con una ignominiosa fórmula: "Muerte por hemorragia interna".

Las cartas de José Mejuto, conservadas como un tesoro por su familia en el exilio bonaerense, son un dramático testimonio del terror fascista y un apremiante alegato para el tiempo futuro: "Muero con la conciencia tranquila, que no le he hecho mal a nadie... Ten fe en el porvenir y verás cómo llegará un día que mi sangre derramada inocentemente servirá para hacer justicia sobre esos cobardes asesinos".

En las cartas de Mejuto y en la memoria de la isla hay un gigantesco ovillo de memoria aún por destejer. Para ello es preciso leer entre líneas, descifrar los silencios, escuchar las voces silenciadas e impugnar las mentiras de la historia oficial. De la de antes y de la de ahora.

Esas cartas clandestinas viajaron en 1952 hacia Buenos Aires en la maleta de su viuda, Alejandra Nogueiras Lagoa, y volvieron a Galicia en 2015 en las manos de su nieta, Ana Paula Mejuto, para ser depositadas en los archivos de la Real Academia Galega y publicadas por la editorial Alvarellos.

Ese viaje de ida y vuelta es un poderoso símbolo de la fuerza de la memoria resistente. Las cartas clandestinas, la memoria privada de la abuela acaba en el espacio público de la Historia por la tenacidad y el compromiso de la nieta. La rueca de la memoria sigue girando, movida pacientemente por manos de mujeres resistentes. Es el hilo aparentemente frágil de la verdad que permanece a pesar del paso inexorable del tiempo y de sus imposturas. Y que pasa –después de atravesar un océano de lágrimas, de silencios y de dolor– de la memoria familiar al acervo colectivo.

Porque, como sentenció Galeano, "No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la historia humana se niega a callarse la boca. El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, dentro del tiempo que es, aunque el tiempo que es no lo quiera o no lo sepa".

"La isla de los amores, para la muerte requisada". Los versos son del poeta Luís Bouza Brey, también preso en San Simón, y resumen con exactitud la dualidad de un lugar de extraordinaria hermosura que fue escenario de la mayor crueldad. La belleza contra el espanto, la grandeza de un mar luminoso contra el infierno de las vidas clausuradas. Un tiempo en que cada noche era una agonía de nombres en una lista y de traslados a una cuneta de la que no se volvía.
El tiempo del miedo fue también un tiempo de resistencia y de fraternidad. Palabras que casi siempre se declinaron en femenino. Mujeres valientes y solidarias de Redondela, de Cesantes, de Villaboa, de Moaña que amasaban el pan y empanadas de maíz sin pedir nada a cambio. Mujeres que cocinaban potes de cocido gallego que los presos vascos del barco prisión Upo Mendi calentaban con velas en botes de pimientos. Mujeres que caminaban durante horas para recoger las bolsas de ropa sucia y la devolvían en la fecha acordada. Mujeres que esperaban la llegada de los convoyes de presos a la estación de Redondela para entregarles agua y alimentos. Mujeres que transformaban sábanas en camisas y ropa interior con mensajes furtivos en las dobladuras.

Mujeres con nombre propio como las hermanas Josefa y Carmen Rodríguez Esteiro, Carmen Fernández Domínguez, Teresa Justo Otero, Cándida Esteiro, Filomena Míguez Blanco, Carmen Crespo Rodríguez, Serafina Bouzón, Ceferina Docampo, Candelaria Araújo, Narcisa A Monxa, Rosa do Louro, Lola y María da Vila, Maruja a Chiquiña, Bernardina Lino y sus hijas Lola, Teresa, Estrella y Carmela. Y Florinda, que hacía empanadas de sardinas para los presos. Y Salud, que casó con un bilbaíno.

La maestra redondelana Ernestina Otero convirtíó la rebotica de la farmacia familiar en una red de apoyo a los presos de San Simón y organizó un concierto de los presos tras el cual fueron agasajados con una suculenta comida. De cárcel en cárcel, libro de memorias de Diego San José registra de manera fiel la ola de solidaridad que sintió durante su estadía en San Simón y después de ser liberado.

También el preso moañense Luís Pérez Álvarez, Luís de Nacidas, nos dejó un relato delicioso y amargo de su paso por la isla, con el testimonio de la amistad de las mujeres que lo salvaron de la soledad y del miedo. Como la joven de Chapela Visitación Otero, que fletó un barco para acercarse a la prisión acompañada por un grupo de oficialas de su taller de costura "las cuales con su juventud y sus sonrisas me hace olvidar por unos momentos que los barrotes de mi jaula existen, y para endulzar mi amargura los mejores pasteles elaborados por cariñosas manos cruzan la verja para luego degustarlos al amparo de la sombra de los mirtos en compañía de mis amigos".

La historia silenciada de San Simón también guarda el registro de las mujeres sometidas a extorsión económica y sexual por carceleros como el inspector de prisiones Fernando Lago Búa, que compraba con encuentros en lúgubres hostales de Vigo la vida de hombres cuyos nombres estaban escritos en la lista macabra de una próxima saca nocturna.
Todas estas vidas, todos estos nombres figuran en el registro de San Simón y de los pueblos circundantes. Configuran un verdadero memorial de la dignidad humana, que consiguió sobrevivir a la miseria moral y derrotar al terror. Y lo hizo a través de los relatos escritos en cartas y memorias clandestinas. Y por medio de los hilos de palabras pronunciadas en voz baja en el interior de las casas, un ovillo invisible que pasó de las abuelas a las nietas y hoy resurge con fuerza reclamando justicia.

Y reclamando también respeto para los lugares de memoria como la Isla de San Simón. Un espacio profanado por un gobierno gallego insensible, que lo convirtió en una especie de parque de atracciones en el que tienen cabida todo tipo de actividades lúdicas y en el que brillan por su ausencia los actos oficiales de reconocimiento y homenaje a los hombres y a las mujeres que protagonizaron allí una auténtica epopeya de resistencia y de fraternidad.
La memoria es un campo de batalla. Una lucha en la que es necesario impugnar el relato falso y recuperar las voces silenciadas, las memorias borrosas. En la que no se puede ceder ningún metro, ningún nombre, ninguna fecha, ningún símbolo.

Y conviene recordar que no se trata solo de un combate por la Verdad. Es principalmente una tarea moral. La de construir una verdadera sociedad democrática, que pueda mirar al pasado sin bajar la cabeza y que pueda contemplar en futuro con la fortaleza que dan la justicia y la reparación tantas décadas postergadas.

(*) Luís Bará es autor del libro "Non des a esquecemento" y del blog nondesaesquecemento.blogspot.com

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