Por Jesús Rodríguez Barrio. Activista de La Comuna
"El enemigo siempre va a ser el mismo, aunque con distintas máscaras:... El judío es el culpable...".
Estas palabras podrían haber sido pronunciadas por cualquier dirigente de la Alemania Nazi en el año 1940, pero se pronunciaron en febrero de 2021, en un homenaje a los voluntarios españoles que lucharon en el ejército nazi formando parte de la División Azul. El acto tuvo lugar en Madrid, la capital de España, un país en el que el enaltecimiento público del franquismo, el fascismo, el nazismo, el antisemitismo y el odio racial, parecen ser actividades legales en virtud de la libertad de expresión, que tan restrictivamente se aplica cuando se trata de la defensa de los derechos sociales.
Hace unos días, el 8 de mayo, toda la Europa democrática ha celebrado el 76 aniversario de la derrota del nazismo y el final de la Segunda Guerra Mundial, rindiendo homenaje a quienes lucharon para librar al mundo de la peor lacra conocida en la historia de la humanidad.
Pero la democracia española es singular. No solo permite el enaltecimiento público del nazismo, sino que la justicia de nuestro país también protege su memoria. El pasado jueves, día 12 de mayo, se ha conocido la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) que obliga a mantener el nombre de la calle que rinde homenaje a los voluntarios que lucharon en la división que organizó Franco en apoyo de Hitler para luchar, como parte del ejército nazi, en la campaña que se desarrolló en el Frente Oriental durante la Segunda Guerra Mundial.
El argumento principal que expone la sentencia es que la fuerza militar que reclutó, organizó, e incluso pagó, el ejército franquista (los voluntarios cobraban por partida doble, de los dos ejércitos) para apoyar a Hitler como agradecimiento por el apoyo recibido en la guerra contra el gobierno legítimo de la República Española, carece de relación con la dictadura franquista y la guerra civil. Y, por lo tanto, mantener el nombre de la calle que, en su día, la dictadura franquista le otorgó como homenaje no supone ningún enaltecimiento del franquismo. Sin duda, la primera reacción de cualquier historiador serio ante esta disparatada afirmación no puede ser otra que la risa, pero eso es lo que provoca la justicia cuando se pone a interpretar la historia desde la particular visión ideológica de sus componentes.
Pero en la justificación de la sentencia hay algo más, puesto que en la afirmación de que se trató de una unidad de voluntarios, cuya única misión fue luchar contra el comunismo soviético, subyace también la valoración de que dicha lucha fue al servicio de una causa noble, que sigue mereciendo ser homenajeada en el callejero de la ciudad de Madrid.
A la justicia de un país autoproclamado como una democracia avanzada se le debería suponer la defensa de los valores democráticos y los derechos humanos, por eso resulta una imperiosa obligación ética y moral valorar lo que significa mantener hoy un homenaje público en la capital de España a una división de voluntarios que participó, al servicio de Hitler, en lo que la ciencia histórica califica de forma indiscutible como una campaña de conquista colonial, esclavitud y exterminio racial que formaba parte del proyecto nacionalsocialista alemán para la Europa Oriental.
A la luz de la sentencia del TSJM, el contenido del artículo publicado en este mismo blog el 28 de abril de 2018 ("La Memoria de La División Azul") vuelve a ser de una rabiosa actualidad y lo recuperamos hoy en honor de todas las víctimas del franquismo, el fascismo y el nazismo, a quienes la justicia de nuestro país ha vuelto a ofender una vez más.
«Es un hecho establecido desde hace mucho tiempo por la historiografía de la Segunda Guerra Mundial (cada vez más abundante y documentada) que la campaña de Hitler en el Frente Oriental tenía principalmente como objetivo la conquista de un "Espacio Vital" (Lebensraum) en la Europa Central y Oriental. Según palabras del historiador inglés Anthony Beevor (Historia de la Segunda Guerra Mundial, p. 591): "El Plan General del Este (Generalplan Ost) postulaba un imperio alemán que llegaba hasta los Urales, con autopistas que unían las nuevas ciudades, poblaciones satélites y aldeas y granjas modelo habitadas por colonos armados, mientras que los Untermenschen (infrahumanos), reducidos a la condición de ilotas habrían estado obligados a trabajar la tierra". Es decir: para su puesta en práctica, ese plan requería la eliminación de una parte importante de la población de los territorios conquistados, que serían sustituida por los colonos de la raza superior, mientras que el resto de los habitantes serían reducidos a la condición de esclavos.
La primera ocasión para la puesta en práctica de dicho plan se presentó cuando la ciudad de Leningrado (la segunda en importancia de la Unión Soviética) fue cercada por la Wehrmacht. El Grupo de Ejércitos Norte, al mando del mariscal Ritter Von Leeb, completó el cerco de la ciudad en los primeros días del mes de septiembre de 1941. Según palabras recogidas en un memorándum del teniente general Walter Warlimont (miembro del estado mayor de operaciones de Hitler) y citadas por el historiador inglés Alan Wykes (El Sitio de Leningrado, p. 64) el objetivo del asedio era: "Cerrar a Leningrado herméticamente, debilitarla después por el terror (p. ej., ataques aéreos y de artillería) y el hambre. En primavera ocuparemos la ciudad, deportaremos a los supervivientes al interior de Rusia y arrasaremos el lugar con explosivos de gran potencia".
En esta "noble" empresa participaron los voluntarios españoles (principalmente fascistas) que formaban parte de la 250 división de infantería de la Wehrmacht, popularmente conocida en España como la División Azul. Y se aplicaron en ella con notable eficiencia, tanto que, como recoge Beevor en su ya citada obra (p. 573), tuvieron una intervención decisiva (a costa de grandes pérdidas) para evitar que el Ejército Rojo completase la liberación de la ciudad en la primavera de 1943. Como consecuencia de ello las 85 piezas de artillería pesada que, desde el principio del asedio, habían machacado a la población civil de Leningrado pudieron continuar haciéndolo durante diez meses más. La brillante actuación de la División Azul fue generosamente reconocida, con más de dos mil condecoraciones militares, por la Wehrmacht, incluyendo una cruz de caballero con hojas de roble (la más alta condecoración del ejército nazi) que el mismo Adolf Hitler entregó personalmente en Berlín al comandante de la división, el general Agustín Muñoz Grandes.
El asedio de Leningrado fue completamente levantado por el Ejército Rojo el 27 de enero de 1944. Los historiadores más solventes reconocen que fue una operación de exterminio a gran escala (un genocidio) que causó la muerte a un millón y medio de civiles como consecuencia del hambre, el frío y los bombardeos aéreos y de artillería, cuyo objetivo principal era exterminar y aterrorizar a los habitantes de la ciudad.
Otro punto fuerte de la maquinaria de exterminio nazi fueron los Campos de Exterminio, situados todos ellos en la Europa Oriental. A diferencia de los otros campos de concentración estos no pretendían utilizar el trabajo esclavo de los prisioneros. Su objetivo era, simplemente, el exterminio racial. Sus víctimas fueron, principalmente, miembros de los grupos de población considerados "inferiores" (en su mayor parte judíos) de la Europa Central y Oriental, incluyendo Polonia, Ucrania, Bielorrusia y la Rusia Europea, los territorios que debían constituir el imperio colonial nazi.
Treblinka, Maidanek, Sovibór, Chelmno, Belzec y Auschwitz-Birkenau son los nombres del horror. Solo en Treblinka y Auschwitz fueron exterminadas más de dos millones de personas. Todos estos campos fueron liberados por el Ejército Rojo en 1944 y 1945. El mismo ejército contra el que lucharon los voluntarios españoles del ejército nazi contribuyendo así, de forma objetiva, a prolongar la duración del horror.
Los familiares y descendientes de los voluntarios españoles que murieron combatiendo en la División Azul tienen el incuestionable derecho humano de recordar y honrar, de forma privada, la memoria de sus antepasados. Pero en una sociedad democrática la memoria pública debe de estar reservada a las personas o colectivos que han contribuido, de alguna manera, al progreso y el bienestar de la humanidad. Y este no es el caso.
Porque no importa cuales fueran las motivaciones subjetivas de aquellos voluntarios, ni siquiera las que pudieran tener sus dirigentes. El hecho objetivo e incuestionable es que formaron parte de una maquinaria militar al servicio de un proyecto de conquista colonial y exterminio y esclavitud racial (que eso, y no otra cosa, fue la campaña militar de Hitler en el Frente Oriental) en el cual el dictador Franco también colaboró enviando una fuerza militar en apoyo del ejército nazi como agradecimiento a la imprescindible ayuda que había recibido de Hitler durante la guerra civil española.
El mantenimiento de cualquier símbolo público en honor de su memoria es una ofensa para las víctimas del franquismo, para las víctimas del nazismo, para todos los españoles que lucharon por la libertad en aquellos años terribles y para todos los defensores de los derechos humanos en el mundo, que no pueden entender cómo, en el día de hoy, una división militar de voluntarios del ejército nazi puede tener dedicada una calle en la capital de España. Algo inimaginable en cualquier país democrático de la Europa Occidental con la que constantemente pretenden homologarse los políticos del régimen que nos gobierna.»
Comentarios
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