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¿Hacinamiento de ídolos en Madrid?

Por Antonio Pérez, activista de La Comuna

El alcalde de Madrid quiere erigir en la plaza de Oriente un monumento todavía no sabemos si a la Legión o al Caballero Legionario. Si dios-y-el-diablo no lo remedian, será un bronce de tres metros asentado sobre un pedestal de igual altura. El escultor elegido digitalmente es "Salvador Amaya", nombre artístico de Salvador Borrega -su nombre legal en el DNI por ser hijo del también escultor Marino Leonardo Borrega Amaya. Primera pregunta: ¿por qué el hoy afamado hijo reniega de un apellido que portan 905 españoles? Segunda pregunta algo menos retórica: ¿renunciará Borrega-Amaya a blandir el blasón de los Borrrega, "sobre campo de sinople, en aspa cinco borrregas de plata"?

El susodicho alcalde iconodúlico prosigue así su vertiginosa carrera como iconoclasta destructor de placas republicanas y sembrador de fetiches nacionalistas pero esta vez no se conforma con emplazar a La Patria en sitios céntricos relativamente discretos como el que ocupa Blas de Lezo sino que apunta a una Plaza que es, todos lo sabemos, el corazón de las manifas fachas, esas que todavía babean recordando que fue allí donde vieron por última vez al Caudillo, flanqueado por el antes rey Campechano, ahora Emérito.

¿Dónde piensa el alcalde ubicar a ese Ídolo de la Muerte? Porque, aun siendo amplia, la mentada Plaza está atiborrada de mobiliario urbano. Abundan los reyes godos e incluso dos reyes indios, Moctezuma y Atahualpa. En amor y buena compaña están allí desde hace tres siglos. ¿Cómo verán estas dinastías al fusilador recién llegado?, ¿cómo un novato o como un espadón de aquellos que les han derrocado tantas veces como les han mantenido en la poltrona? Sepa, señor alcalde, que arrejuntar distintas generaciones y dispares materiales –de la piedra al bronce-, además de incongruente tiende a ser estéticamente nefasto.

Pero Salvador Borrega-Amaya es muy capaz de solventar ese peligro. La tarea parecerá ímproba pero recordemos que el renegado Borrega está bien asesorado: el boceto del monumento de marras se lo ha dibujado Agustín Ferrer-Dalmau –el pintor de batallas-, eximio pupilo Arturo Pérez-Reverte. Y los tres compinches gozan de carta blanca en las instituciones. Además, tienen como única biblia y vademécum al libro Imperiofobia de Elvira Roca, amateur recientemente ascendida al Olimpo de las historiadoras serias. Con el clan imperialista, la Pontificia y Real Congregación del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas y Nuestra Señora de la Soledad y los gerifaltes del PP-Vox a su lado, en el empeño de ganar la batalla del relato, ¿qué puede salir mal? Nada, un libro o un video lo estudia un puñado de personas pero un ídolo es venerado por miles de viandantes.

Además, Borrega cuenta con un curriculum impresionante que comenzó en 1998 con tres bustos del Emérito, siguió en 2016-2017 con otros tres homenajes al catalanofóbico rey Preparao y, quizá para demostrar su olímpico apoliticismo, entre sus innumerables esculturas no se olvidó de Cervantes –valor seguro- ni de Boabdil, Valle-Inclán o Buero Vallejo. Ni tampoco de valores aún más solventes económicamente como San Josemaría Escrivá (Monterrey, México, 2003) Finalmente, no hablemos de su obra sobre La Mujer (2015) y menos aún su opus major, su ofrenda a La Libertad (Alcorcón, 2003), la del rotundo trasero.

¿Hacinamiento de ídolos en Madrid?

Por si su curriculum y sus amiguetes no fueran suficientes, Borrega cuenta con dos fuerzas insuperables en su mecenazgo: la Iglesia y ese Ejército que, en 2020, le premió con la Cruz al Mérito Militar con distintivo blanco. Pero hay más: ahora vende sus esculturas a tamaño reducido, limitadas a 50 ejemplares y sólo por el caritativo precio de 1.800 euros más IVA. Borrega será un vulgar artesano y Ferrer-Dalmau no pasará de ser un modesto dibujante de tebeos pero en su mediocridad radica precisamente su fuerza. Es pura barbarie light de vulgaridad y sumisión lo que el Poder inyecta mediante los media a un pueblo sometido a un bombardeo constante de des-educación. Y, para que este pueblo olvide que hubo un tiempo en el que España fue el país más política y socialmente avanzado del mundo, nada mejor que borrar desde cunetas hasta nombres de calles, desde placas a colegios o ambulatorios. Y sustituir todo ello, toda la verdadera Historia de España, por una grosera artesanía kitsch, monárquica, imperialista, cateta y hasta antieuropea.

El Caballero Legionario

De existir, la idiosincrasia legionaria me ha parecido una forma terminal de la adolescencia, esa época en la que el medio joven, a menudo no sabe si suicidarse o integrarse. Como adolescentes revenidos, los lejías sufren accesos de ambos extremos. Son físicamente adultos pero su enfermiza insistencia en demostrar su hombría revela su inseguridad pues saben ‘en su intimidad’ que su comportamiento dista mucho de equilibrado. Rinden culto a la muerte pero suelen derivar su necrofilia en otros paisanos. Así pues, mucho "novio de la muerte" y mucho "mi destino tan solo es sufrir" pero su "doliente calvario" lo padecen Otros.

Lo sé porque en las cárceles tardofranquistas conocí a bastantes legionarios. Ocupaban uno de los últimos escalones en la estratificación carcelaria, no formaban ningún grupo y su pasatiempo preferido era el juego del guimbre: un lejía escondía dentro de sí una prenda, otro lejía la buscaba manoseándole mientras que un tercero le dirigía, "frío frío, caliente caliente", con los acordes de un guimbre –violín moro de 3 cuerdas. In illo tempore, se les llamaba kíes, un término neutro que ahora significa capo. Todo ello entre aquellos (ambiguos) machotes despechugados a los que, en los barrios madrileños, sólo buscábamos después del Desfile de la Victoria del 1º de abril, cuando era fama que vendían a precio de colega los petates que acarreaban para la ocasión, rellenos hasta las costuras con kifi -entonces no conocido como grifa ni como hachís sino como "tabaco moruno".

Sabiendo todo esto, pregunto por última vez al señor alcalde: ¿a qué lejía quiere usted homenajear?, ¿a un representante de los 4.000 que asesinaron en Badajoz 1936 a miles de republicanos o a los marginales que servidor conoció en la cárcel?

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