Luis Suárez-Carreño, miembro de La Comuna, presxs y represaliadxs del franquismo
En memoria de Gaspar García Laviana, el misionero que se hizo guerrillero, en el 44 aniversario de su caída en combate.
Un día nos llegó a tiempo completo Gaspar
de Asturias el misionero
que araba sobre el mar
Carlos Mejía Godoy
He aquí otro de esos héroes casi anónimos, cuya gesta vital, por discreta y desprendida, no forma parte de la galería de retratos del imaginario colectivo ni del santoral oficial, pero transciende infinitamente a estos -tantos de ellos contingentes y acomodaticios- en su talla ética.
Gaspar fue un cura guerrillero que llevó su compromiso pastoral y sobre todo solidario hasta sus últimas consecuencias en la Nicaragua de los 70, durante el final de la dictadura somocista y el triunfo de la revolución sandinista, proceso por el que dio su vida hace en estos días 44 años. Aunque muy desconocido fuera de Nicaragua, Gaspar es leyenda en aquel país, y también, en buena medida, en su tierra de origen, Asturias (en Gijón hay una avenida a su nombre).
Si bien no fue el único cura español incorporado a las luchas de liberación del pasado siglo en Latinoamérica, en la estela de la llamada teología de la liberación, sí es un caso destacado tanto por el relevante papel que jugó en el movimiento insurreccional, como por su caída en combate apenas 6 meses antes del triunfo de este. Circunstancias por las que ocupa un sitio destacado en la nómina de mártires de aquella lucha, o, como dice Carlos Mejía Godoy, en la ‘galaxia de los hombres justos’.
Había nacido en 1941 en el concello de San Martín del Rey Aurelio (Asturias), criándose cerca de Langreo en un entorno minero; y por abreviar su biografía, fue ordenado en 1966, desarrolla su labor sacerdotal al tiempo que se implica en la vida obrera en Asturias y Madrid durante unos pocos años, hasta que, en 1969, se traslada voluntario, como misionero, a la población rural de Tola, en la costa suroeste nicaragüense. Pronto se involucró en la defensa del campesinado frente a los abusos de la oligarquía terrateniente y de las fuerzas policiales somocistas (la Guardia Nacional, GN) al servicio de aquella. Uno de los casos en que destacó su labor de denuncia fue el de la prostitución forzada de jóvenes campesinas con la complicidad de la GN.
Gaspar era decididamente más un hombre de acción que de púlpito como muestra un episodio de aquel entonces en el que reta al campeón nacional de boxeo para recaudar fondos con los que levantar un centro comunal. Pero más allá de anécdotas, esa implicación le llevará a la asunción de riesgos y compromisos militantes despojados de la protección o el distanciamiento pastoral, una vez convencido de la esterilidad de la labor ‘espiritual’. De hecho, llega incluso a preparar un atentado -infructuoso- contra el dictador Anastasio ‘Tacho’ Somoza.
Por todo ello fue pronto tildado de comunista y puesto en la diana de la represión, mientras por su parte se implicaba crecientemente en labores de ayuda y logística en favor de la guerrilla sandinista, sobre todo a partir de mediados de los años 70. En 1977 se integra ya en el FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional), lo que anuncia públicamente mediante una ‘carta al pueblo nicaragüense’, y, en coherencia con su forma de entender el compromiso político, tras un periodo de entrenamiento militar en Cuba, se incorpora al frente sur de la guerrilla -liderado por el mítico Comandante Cero, Edén Pastora. Gaspar pasa a ser entonces el Comandante Martín de la columna Benjamín Zeledón, al frente de la cual es emboscado y matado por la GN el 11 de diciembre de 1978. Tenía 37 años y ya era leyenda; su entrega contribuyó a la involucración de la iglesia católica de base en la lucha insurreccional.
Hace unos días se ha conmemorado en Asturias con diversos actos el 44 aniversario de la caída de Gaspar, al igual que sucede todos los años. Buena ocasión para contrastar los ideales y expectativas de la lucha por la que él entregó sin dudar la vida con la realidad actual de la Nicaragua que él amó y donde está enterrado. La realidad, lamentable, es la de una dictadura criminal y corrupta encabezada por Daniel Ortega, que gobierna desde hace 16 años y que en abril de 2018, a raíz de una insurrección popular y pacífica, inició una escalada represiva implacable tanto contra la población en las calles (más de 300 manifestantes asesinados a tiros) como prohibiendo todo tipo de organizaciones de la sociedad civil (más de 3.000), silenciando medios de comunicación independientes (los principales canales de TV son propiedad del mismo clan orteguista), legislando a la carta con un parlamento títere, o encarcelando a opositores y contrincantes electorales -en las pasadas elecciones generales del 7 de noviembre de 2021 el régimen encarceló a todas las personas que se presentaban a las elecciones en contra del régimen. Entre otras secuelas de tanta ignominia, el éxodo de cientos de miles de nicaragüenses en los últimos años, devenidos supervivientes apátridas en Costa Rica, Europa, EEUU... (sin disfrutar, desde luego, de la simpatía que los Estados brindan hoy a la población refugiada ucrania).
La realidad actual es tan penosa, incluso en términos de injusticia poética -por llamarla de alguna manera-, que no solamente la mayor parte de la vieja guardia sandinista ha dado la espalda a Ortega, sino que este sigue persiguiendo con saña a algunas de las más respetadas figuras de aquella, incluyendo leyendas de la lucha insurreccional como el que fuera comandante Uno, Hugo Torres, fallecido el pasado mes de febrero debido a su maltrato carcelario estando gravemente enfermo, o la ejemplar comandante Dora María Téllez, ministra de salud con el primer gobierno sandinista, condenada en 2021 a 8 años de cárcel por conspiración en un proceso-farsa, y que sufre actualmente condiciones de cautiverio extremadamente crueles en el Chipote (cárcel de Managua), ante la impasividad de la pareja de tiranos.
¿Qué pensaría hoy Gaspar de la siniestra caricatura en que el orteguismo ha convertido los ideales transformadores y emancipadores por los que él dio, sin dudarlo, la vida? ¿Qué juicio merecería para él un régimen corrupto, nepotista, represivo y cruel que se ha apropiado tanto de la riqueza material como del legado histórico de todo un país, y que usurpa no solo la memoria heroica que el propio Gaspar representa, sino también las creencias religiosas de buena parte de la población, envolviéndose en una jerga místico-cristiana?
A quienes, como Gaspar, aunque sin heroísmo alguno pero con espíritu también solidario, compartimos en aquellos años su amor a la revolución ‘de los muchachos’, y tuvimos la suerte de vivir la Nicaragua revolucionaria, desde luego nos repugna la deriva totalitaria y corrupta de las maltratadas siglas rojinegras sandinistas; la que fuera también comandante guerrillera, Mónica Baltodano, le ha dirigido una carta-invocación con motivo de este aniversario de su muerte:
Tengo que decirte, Gaspar, con profunda vergüenza y tristeza, que tu amada Nicaragua sufre ahora los mismos dolores y sufrimientos de entonces. (...)
Pero, además de esas injusticias, tu amado pueblo de Nicaragua sufre hoy otra dictadura. Y no podrás creerlo, Gaspar, los autores son algunos de los vistieron el verde olivo revolucionario y vieron a tantos de nuestros hermanos y hermanas caer para que en Nicaragua no hubiese nunca más dictaduras.
Gaspar fue también un poeta, su poemario ‘Cantos de amor y guerra’, fue publicado por primera vez en septiembre 1979, menos de un año después de su muerte y al poco del triunfo de la revolución. Su poema ‘Reflexiones’, de 1978, termina con estos versos que expresan su fe en la causa liberadora que encarnó:
Haremos monumentos en el mundo
y en los espacios siderales,
donde pasean los astronautas
y pasearán nuestros hijos.
Y diremos a la nueva era
que ellos eran trogloditas,
devoradores de hombres,
bebedores de sangre como los vampiros,
y nuestros hijos escucharán la historia
con los ojos muy abiertos
y les parecerá un cuento
y juraremos que fue verdad y nadie nos creerá,
y con el paso del tiempo será como una leyenda.
Aunque resulte difícil hoy compartir esa fe en el futuro, ojalá que la lección de Gaspar nos inspire y llene de determinación para acabar con los actuales ‘trogloditas’, aunque se presenten envueltos en disfraces antiimperialistas o revolucionarios.
Comentarios
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