Verdad Justicia Reparación

Memoria y duelo en el largo camino de dolor entre 1939 y 2021

Por Anna Miñarro, psicóloga clínica – psicoanalista

La historia de la violencia, y por tanto del aplastamiento de los derechos humanos, en España es larga, ausente en lo social e histórico y totalmente silenciada y petrificada, y ha quedado en la impunidad.
Impunidad que, obligatoriamente, implica una nueva victimización, y sus consecuencias dramáticas se prolongan en el tiempo, con pocas posibilidades de reducirse, si no es que se hace un verdadero ejercicio de reconocimiento de la verdad, de la memoria y de reparación, ya que, aunque se vuelva a establecer un Estado de derecho con garantías constitucionales, la sombra del tiempo vivido en desprotección no es posible elaborarla.

Arxiu Memòria de MallorcaEl olvido no existe y el silencio encuentra formas de estallar.

«Y lo recordaba todo y todo» (Del testimonio de Juan, 2010). El silencio estalló en Juan en forma de síntomas e impregnado por la imposibilidad de hacer el duelo y por la melancolía. Sabemos que la intensidad de lo perdido por Juan fue tan importante, que le impedía expresar sus emociones y así se instaló en la inhibición. Por lo tanto, afectó su identidad y forzó la aparición de la tristeza. Este silencio, sumado al exilio exterior, el forzado, le imposibilitó hacer un duelo «normal», natural.

Sabemos que el duelo es el proceso posterior a una pérdida significativa (Freud, 1979), proceso que tiene como objetivo metabolizar el sufrimiento psíquico producido. En el trabajo Duelo y melancolía, Freud (1979) examina como un elemento esencial la comprensión de los aspectos normales y psicopatológicos del dolor y los procesos depresivos. El psiquismo tiene que hacer un trabajo de elaboración que permita, finalmente, que la persona pueda inscribir como recuerdo el objeto perdido y recuperar el interés por el mundo externo. Tras un primer momento de denegación de la percepción, el aparato psíquico utiliza un juicio de realidad que le permite discriminar las categorías presencia ausencia y puede ir dando a la condición de ausencia una cualidad definitiva, intentando ajustarse paulatinamente a la distancia que deberá mantener respecto al objeto o ser estimado que se ha perdido, es decir, desinvestir un objeto que antes había sido investido.

Sabemos que en el proceso normal de duelo siempre hay inicialmente una resistencia a aceptar la pérdida, hay rabia, hay impotencia, no se quiere creer, no se puede creer, más aún si este duelo es la consecuencia de la violencia de Estado (Puget, 2006).

A partir de esta comprensión psicoanalítica de la pena se puede empezar a hablar de procesos de duelo extraordinarios, es decir, aquellos que afectan a los maltratados y los familiares de las personas que desaparecieron durante la guerra del 36, la posguerra y la dictadura. Un duelo por la ausente presencia del familiar, ausencia que aporta un mensaje enigmático y conlleva un proceso de aflicción específica.

Con la guerra, la posguerra y la dictadura, se impuso a sangre y a fuego el terrorismo de Estado, que generó una situación traumática en el conjunto de los ciudadanos y afectó de forma directa e indirecta a segundas, terceras y, tal como escuchamos, vemos y vivimos actualmente, cuartas generaciones. Fracturó los vínculos sociales, hizo aparecer nuevos vínculos polivalentes pero lábiles, que impactaron en la vida cotidiana de los sujetos y deterioraron la confianza. Debilitó lo que era más importante en la comunidad: la solidaridad. Así se incrementó el desamparo, la congelación y la clausura de los afectos, y se utilizó el individualismo como escondite.

Aún hoy, después de más de ochenta años, continuamos escuchando la demanda de que no hay que despertar fantasmas del pasado ni abrir heridas, como si el olvido fuera posible.

Contra el olvido la fuerza de la palabra es indispensable. Y ello sin perder de vista la dificultad de utilizarla en situaciones de catástrofe social porque nos confronta con la imposibilidad de describir la difícil e inquietante experiencia de los ciudadanos maltratados y muy especialmente de los familiares de desaparecidos. Por encima de todo, lo comprobamos cada día desde nuestro oficio de psicólogos, la palabra hace nacer la memoria, el conocimiento y, por tanto, la libertad: la palabra cura.

El propósito de la aparición del síntoma traumático en las personas es encontrar alguien a quien hablar, ya que el problema no es lo que se puede decir o no, sino que a menudo no hay nadie a quien decir las cosas, porque, como sabemos muy bien, todo el mundo tiene miedo, empezando por el psicólogo analista. Sin embargo, el único lugar donde el trauma puede hablar es en el discurso analítico en la consulta, porque cuando del trauma se ocupa la historia o el periodismo, aparece un gran peligro, el peligro de no encontrar un espacio catártico. La experiencia nos muestra que con el testimonio oral no tenemos suficiente, a pesar de saber que muchos ciudadanos escribieron y que su testimonio contribuyó a dar cuenta de lo que había pasado. No obstante, cuando los supervivientes han ido haciéndose mayores no siempre han sido bien escuchados.

Lo que propone el trabajo del trauma es un proceso de reconocimiento de existencia, un nuevo proyecto de vida, y lo primordial, transformar la supervivencia en un deseo de vivir.

Aquellos que hemos decidido acompañar este duelo probablemente crecimos con nuestros fantasmas familiares, con tormentas emocionales y con el silencio, inducido por el fascismo o voluntario para proteger a las siguientes generaciones, y también el silencio pactado durante la Transición entre el franquismo y los partidos legalizados, incluso los de izquierda. Y todo ello tuvo efectos acumulativos sobre nuestra constitución como sujetos, sobre nuestro desarrollo y sobre nuestros mecanismos de adaptación como personas y como profesionales, a pesar de haber eludido durante muchos años todos aquellos recuerdos que podrían calificarse de insoportables.

Podemos encontrar en la literatura psicoanalítica muchos intentos de describir este fenómeno de elusión que fundamentalmente afecta segundas, terceras y cuartas generaciones. Por ejemplo, desde el concepto distante de la exigencia de la transmisión transgeneracional del trauma (Bohleber, 2012) al telescopaje de las generaciones (Faimberg, 2005) y los conceptos residuos radiactivos (Gampel, 2006) o postmemoria (Hirsch, 1997). Todos estos conceptos intentan dar forma a la importante influencia de la primera generación sobre las siguientes y tienen en común la comprensión de que las generaciones llevan el «dolor del fantasma» o la «memoria del fantasma» de personas y hechos de los que no tienen «verdaderos» recuerdos.

El discurso del trauma nos transmite un saber escrito en el cuerpo, un saber que es a la vez consciente e inconsciente, en el sentido reprimido, cortado, y que aparece en las crisis traumáticas.

Asesinado en 1938 en el cementerio de Porreres, Mallorca, por milicias falangistas y enterrado bajo tierra. Hasta el 2009, ni la primera ni la segunda ni la tercera generación pudieron hablar. El silencio ocupó todo el espacio. La tercera generación investigó como deber de memoria y especialmente por haber captado el nivel de enfermedad psíquica y física que ha sufrido toda la familia. Exhumaron la fosa en 2016 y están en espera de confirmar el ADN. (Del testimonio de los familiares de Marta, 2013).

Hoy todavía hay 130.000 personas desaparecidas sin identificar, en cunetas o en fosas comunes, y la mayoría aún sin exhumar, ciudadanos que fueron enterrados como indigentes, de forma totalmente anónima, lanzados sobre la tierra. El único reconocimiento: la anomia (*).

Aparece el silencio cuando el terror y el horror forman parte de la médula espinal, y se constituye como metáfora, porque lo que no se puede nombrar se convierte en exilio interior. A partir de ese momento, el silencio es la actitud habitual y los vencedores hacen de amos y los vencidos de esclavos. Esto hace que los vencidos acepten, pues, la anomia.

A continuación aparece el secreto, que es lo que se esconde intencionadamente o quizás se desconoce, siempre vinculado a aspectos que dan vergüenza o que pueden parecer inadecuados, lo que puede ser susceptible de señalar a la familia.

Sabemos que todas las familias tienen su propia novela familiar con secretos ocultos, y éstos siempre son considerados como una carga pesada que está instalada en el inconsciente familiar y que se transmite de generación en generación hasta la cuarta. Y que es esta la razón más habitual de la ocultación, el silencio y la clausura de la palabra, es decir, la vergüenza, el sentimiento de culpa, el convencimiento de no haber hecho nada, y así evitar el perjuicio a la familia y evitar ser señalados por la sociedad. Cuando escuchamos la primera generación, aquella que sufrió la guerra del 36, nos transmiten que lo han hecho para proteger a los hijos, aquellos que a pesar de haberlo sufrido también, se pueden considerar los más frágiles de la familia y los más perjudicados. Se piensa que se les puede aislar y así evitarles el sufrimiento. Sin embargo, los mecanismos inconscientes se empeñan en aparecer y lo reprimido siempre retorna. Es, pues, el inconsciente el que nos gobierna, como si las identificaciones inconscientes se balancearan sobre las segundas, terceras y cuartas generaciones: «Lo que se calla en la primera generación, la segunda lo lleva en el cuerpo» (Dolto, 1986). Y se expresa de diversas formas tanto física como psíquicamente, por lo que siempre implicará desequilibrio y limitación. De todos modos, muchas veces las generaciones siguientes intuyen que conllevan algo extraño sin conocer exactamente de qué se trata y de dónde viene.

En 1947 lucha de guerrillero en las montañas andaluzas, hasta que la Guardia Civil lo descubre a él y dos compañeros más y son asesinados. Estarán expuestos en la plaza pública durante tres días. La madre de Carmen y su tía lo vivirán y lo verán y serán rechazadas por «rojas» en todo el pueblo. Deciden emigrar, no por motivos económicos, que también, sino por motivos políticos, a Cataluña. El silencio y el secreto son, todavía hoy, permanentemente presentes, y la aparición de las dificultades también se pueden observar en la primera, en la segunda y en la tercera generación. El abuelo fue enterrado en una fosa común en Andalucía. La fosa fue exhumada en 2016. No se conocen los resultados del ADN, después de un año. (Del testimonio de Carmen, nieta de guerrillero, 2014)

En estas circunstancias, después de haber sufrido una situación traumática de estas dimensiones, se puede tener la sensación de que los ciudadanos hemos perdido incluso la capacidad de pensar. Y ello porque el trauma siempre viene acompañado de muchas pérdidas e incluye la obligatoriedad de hacer todo tipo de duelos: duelo por la pérdida de seres queridos, de objetos, de partes del cuerpo, de la casa, del trabajo, por la pérdida de ideales altamente investidos, por la pérdida de proyectos y, sobre todo, por la ausencia interminable de los numerosos ciudadanos que aún están bajo tierra.

En nuestra sociedad se puede encontrar un antes y un después del golpe de Estado fascista que derrocó la legitimidad republicana, y mientras no haya reconocimiento de la verdad, justicia y reparación para todos, no solo para los caídos de los vencedores a los que sí se les ha reconocido la pérdida, la situación seguirá enquistada, el hoy será exactamente como el ayer, y nos seguiremos interrogando sobre esta realidad directamente vinculada a nuestros ancestros.

Bibliografía
BOHLEBER, W. (2012). Remembrance and historicization: The Transformation of Individual and Collective Trauma and its Transgenerational Consequences. Paper presented at Asian Conference in Beijing, October 2010. Adolescent Psychiatry, vol. 2, nº 4, pp. 363-368.
DOLTO, F. (1986). La Imagen inconsciente del cuerpo (1ª ed. en castellano) Barcelona: Paidós.
FAIMBERG, H. (2005). The Telescoping of Generations: Listening to the Narcissistic Links between Generations. London and New York: Routledge.
FREUD, S. (1979). Duelo y melancolía (1917 [1915]). En Obras Completas tomo XIV (1ª edición en castellano), pp. 241-255. Buenos Aires: Amorrortu.
GAMPEL, Y. (2006). Esos padres que viven a través de mí. La violencia de estado y sus secuelas. Buenos Aires: Paidós.
HIRSCH, M. (1997). Family frames: Photography, Narrative and Postmemory. Cambridge, Mass: Harvard University Press.
PUGET, J. (2006). Violencia de Estado y Psicoanálisis. Barcelona: Lumen.

(*) Anomia: falta de nombre, el no-nombre. Falta de identidad. Estado de desorganización psíquica y social del ciudadano como consecuencia de la tortura y del maltrato y la incongruencia de las normas. 

[Nota: Testimonios recogidos por la autora en Barcelona, Badalona, Mallorca y Andalucía para su investigación sobre trauma y transmisión.]

Imagen: Arxiu Memôria de Mallorca

 

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