Versión Libre

No tengo miedo a las palabras, solo al silencio

Olmos (nombre ficticio)

Lectora de Público

No tengo miedo a las palabras, solo al silencio
Foto de Jean Carlo Emer / Unsplash

Dicen que la distancia es el olvido. Creo saber que no es así. Han sido muchos años los que he necesitado para poder intentar poner en palabras lo que siempre he sentido. Y psiquiatras, y terapia, y darle mucho al coco, y querer entender por qué yo era así.

Y son ya unos cuantos años, no sé decirte, quizá siempre, los que llevo intentando manifestarte o contarte o escupirte, dependiendo del momento, todo lo que durante un tiempo me hiciste sentir.

Siempre he sido débil, pusilánime a veces, incluso falsa otras. Y además siempre he sentido que los demás me veían así.

Tengo recuerdos de mi niñez que me reconfortan y me ayudan a sentirme compensada con respecto a otros que me atormentan y me hacen daño. Se remontan a los últimos años en los que vivimos en la calle Ichaso. Me recuerdo jugando, con mis hermanos, con Santi, contigo...

Recuerdo el sol de nuestra casa, a mamá cocinando, tendiendo la ropa, ir con mamá a comprar al señor Alvitor, a la frutería de Antonio. Mis recortables, mis comiditas en la calle con yerba, con tizas... Los vestidos nuevos que me hacían Toñi y mamá para estrenarlos los domingos.

Pero a los recuerdos dulces, entrañables, teniendo, yo calculo, 10 años, empiezan a sumarse otros: yo, subida en una silla en el salón intentando imitar a mamá tendiendo la ropa, y tú debajo, a mi lado, metiendo tu mano en mis bragas. Ese es el primer momento, el comienzo de lo que para mí sería más tarde una constante ¿huida?, no sé. Tú tendrías 13 años, nos llevamos tres.

Aquel día en que yo intentaba desde encima de la silla taparme con las manos la minúscula faldita, tú insistías y yo también. Y con la mente de la niña que era, no reparé en más.

Todavía en Ichaso, se repitieron algunos momentos que a mí me empezaron a ser incómodos. Y te hablo ahora, y aún hoy los siento así: no sabía qué hacer, ni siquiera te decía nada, callaba, me daba asco, pero sin saber por qué me mantenía en silencio, intentando desde entonces mantener la distancia contigo... Pero no lo lograba. Recuerdo tu pijama pegado a tu cuerpo, aún de niño, y lo que en mi inocencia todavía no conocía, pero que muchos años después supe: tu acoso constante para frotar eso que yo entonces desconocía contra mí.

Nunca más mi relación contigo volvió a ser normal. Nunca te sentí solamente como un hermano más. Porque los "juegos" no pararon en la calle Ichaso. Porque tú creciste, yo crecí y "aquello" seguía. ¿Qué? No sé si tú tendrás conciencia de todo lo que te estoy contando, pero a mí me hizo mucho daño.

Mis recuerdos saltan a la casa de la calle Leiza. En la de la calle Tolosa no me acuerdo o no puedo acordarme. Y si hay alguno, que sí, son más frugales. Puede ser porque dormíamos todos juntos en una misma habitación. Ahora pienso que por eso no pasaban tantas cosas: alguien te podía ver. No sé, no estaba en tu cabeza.

El caso es que consciente o inconscientemente mis recuerdos saltan un tiempo y me llevan a la última casa donde vivimos.

El "cariño" que tú me demostrabas constantemente era proporcional a la repulsión que yo sentía cuando te acercabas a mí. Y no sabía marcarte la distancia; y eso es lo que siempre, toda mi vida, me ha marcado y me ha hecho sentir también repugnante: mi incapacidad para chillarte, para decirte "me das asco", ¡fuera de mi vista!

No, nunca te lo dije de forma rotunda. Nunca te hablé de la manera que lo estoy haciendo ahora. Y lo necesitaba. Quizá así entiendas mi frialdad, mi distancia para contigo.

Me siguen brotando recuerdos que necesito hacerte saber: NO ME GUSTABA EL VERANO. ¿Por qué? Porque no llevamos ropa apenas, porque en las camas tenemos calor y nos desarropamos. Y porque así tú no necesitabas demasiado esfuerzo para verme desnuda durmiendo y tocarme. Sí. Porque recuerdo solo en verano cuando despertaba sobresaltada y sorprendida al sentir que alguien me tocaba. Sí, eras tú, en silencio, en el silencio nocturno, que te acercabas a mi cama, bueno, a nuestra cama, porque Eva dormía en la litera de arriba, y tocabas mi sexo y a saber durante cuánto tiempo. Y entonces yo, en el silencio de la noche, te gritaba sin voz, llena de asco, sintiéndome violada, sucia. Y llamaba a mamá, pero no me oía, porque me daba vergüenza gritarle. Pero en esos días ya no eras un niño, ni yo tampoco. Ya no eran "juegos infantiles". Era otra cosa. Y estos macabros actos nocturnos se repitieron muchas veces y otras muchas que seguramente no supe. Y llegaba la mañana y parecía como si nada pasase, pero sí. Yo no soportaba que te me acercaras, no aguantaba tu contacto físico.

Siempre he sido una persona cariñosa, cercana, me gustaba tocar las manos de las personas que eran queridas para mí. Pero no contigo. Porque una y otra vez, cuando después de una noche de desvelo te mostrabas cariñoso conmigo, como haciéndome cómplice de tus actos, yo sentía asco, incluso desprecio por ti. No lo soportaba, pero tú insistías, siempre lo hacías. Y ante todos me lanzabas piropos y decías "lo estupenda" que era. Pero no eras consciente, o no querías serlo, de que no valía de nada. "Nuestro pequeño secreto" lo manchaba todo. Todo era sucio para mí. Se empañó para siempre mi relación contigo.

Pienso incluso ahora en los momentos en que tocabas la guitarra y yo cantaba, y me duele. Porque no debía hacerlo, porque no sé por qué era tan cobarde. Ya no me desnudaba delante de ti como delante de cualquier otro hermano o hermana. Sentía tus miradas cerca y huía. Ese "bonita" me mataba. Siempre me llevaba a tus manos en mi sexo sorprendido y sucio. Y mis relaciones con los hombres creo que también se vieron marcadas por ello.

Me gustaría que supieras que han pasado evidentemente muchos años desde todo aquello, pero que si no hubiera hecho palabras todo lo que durante ese tiempo sentí, nunca me hubiera sentido en paz. Desearía que supieras también que aunque creo que ya he superado todo aquello, incluso aunque lo hicieras sin conciencia de nada malo, me hiciste mucho daño. Mi médico me recomendó que así te lo hiciera saber y así lo hago. Quizá así entiendas que "La Olmos" no podía olvidar sin limpiar. Que mi distancia todos estos años después de morir papá ha sido por eso. Que no era fría ni antipática contigo porque sí. Que no estaba loca, que he necesitado mucho tiempo para hacer esto.

No sé si te volveré a ver y si habrá normalidad entre nosotros, pero lo que tenía claro es que si no hacía esto, no habría futuro como hermanos.

Estoy cansada de que esta familia nuestra vaya formando, como si fuéramos la propia corteza terrestre, estratos de silencios, de odio, de sinsentido.

Si tienes algo que decirme, hazlo, yo lo esperaré. Ya no tengo miedo a las palabras, solo al silencio.

Más Noticias