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Madrastra

Tanit Cano

Madrastra y lectora de 'Público'

Madrastra
Foto de Louis Hansel / Unsplash.

Antes de empezar, creo que debería presentarme. Soy una mujer, tengo 35 años y entre, otras muchas cosas, soy madrastra. Me he decidido a escribir sobre la madrastridad porque viviéndola en mis propias carnes, siento que la de la madrastra es una figura maltratada y poco reconocida en la sociedad, y pienso que debería contribuir a cambiar  esta situación y ayudar a deshacer esas connotaciones tan negativas que nos persiguen.

Supongo que esta intransigencia viene patrocinada por el aval del catolicismo, cuya sombra se cierne sobre nosotras, por muy aconfesionales que nos sintamos. No es posible que con la cantidad de tipos de familias que existen se siga considerando "normal" y estandarizada aquella que está formada por un padre, una madre y unos niños. ¿Y qué ocurre con las familias que viven otras realidades diferentes? No están validadas por igual con la familia identificada como "tradicional", porque antes cualquier otro tipo de familia estaba totalmente prohibido, penado y era motivo de vergüenza... ¡menuda tradición! Nos encontramos ante una discriminación hacia las familias diversas y nos empeñamos en diferenciarlas poniéndoles un apellido. Como madrastra, por ejemplo, mi familia es una familia enlazada. ¿Es necesario llamarla así? ¿No deberíamos referirnos ella simplemente como familia? Seguiríamos estando englobadas, definidas, y se dejaría de hacer una diferenciación o comparación entre familias que, al final, son iguales en lo fundamental: hay amor, valores, comprensión, enfados, crispación, respeto, crianza, figuras adultas de referencia, niñas y niños.

La mayoría hemos crecido viendo películas de Disney y leyendo cuentos que no dejan en muy buen lugar a las madrastras. Siempre son mujeres más malas que todas las cosas, que están con un señor supermajo que tiene una hija. La madrastra quiere poco al señor, aunque si tiene dineros, lo quiere más,  porque es mala y codiciosa. A la hijastra la trata fatal, la tiene vestida con retales y venga a limpiar. ¡Menuda imagen! Y si decides teclear en el buscador de YouTube la palabra "madrastra", la cosa no mejora. Los primeros vídeos se titulan algo así como Madrastras malignas, Guapas pero diabólicas... Lejos de dar con resultados que nos acerquen a la realidad, ofrecen películas de terror. Y si acudimos a la RAE, nos ofrecerá la segunda acepción del término "madrastra", que la define como "mujer que trata mal a sus hijos".

¿Es ahora cuando se aplaude en este circo? No se puede consentir toda esta denigración. La solución es simple y a la vez muy compleja: hay que normalizar y naturalizar esta figura en las sombras. Debemos empezar a cambiar los enfoques de trabajo sobre las diferentes familias en los colegios. ¿Qué saben las niñas y niños? ¿Se normalizan las familias diversas lo suficiente para que las niñas y niños, los adolescentes, no tengan vergüenza de decir que tienen una madrastra, o de que se respeten las diferentes realidades de sus familias? En la tranquilidad de tu casa puedes hacer un trabajo que, si luego la sociedad no lo refuerza, es muy difícil de interiorizar.

¿Qué ocurre con la vida madrastril en sociedad? A mí me ha pasado en numerosas ocasiones acudir a un restaurante, por ejemplo, con mi pareja y sus hijxs, mis hijastrxs, y que el camarero me deje el plato en la mesa al son de "y este para la mamá". Por el simple hecho de ver a dos personas más o menos en edad de criar, de distinto sexo y acompañados por niños, 1+1=2. Esto, que puede parecer inocente y no muy grave, en realidad sí lo es. ¿Qué hay de la intromisión? ¿Y si se genera un momento incómodo? Si se da por sentado que "lo normal" es que sea la madre, se ignora la realidad. En este punto, puedes sentirte obligada a decir que eres su madrastra, con la connotación tan negativa que tiene esa palabra, porque parece que estás desvinculándote de esas niñas y niños, o que los quieres con menos intensidad. Y eso está muy lejos de la realidad. También tienes la opción de no contestar, porque a nadie le importa, pero creo que lo que hay que normalizar no es que te denominen de determinada manera, sino el no dar por hecho que al cumplir determinados requisitos instaurados en la sociedad solo hay una forma de despejar la equis. Hay que ampliar la perspectiva y cambiar el razonamiento ya. Independientemente de que no existan malas intenciones, hay que desnaturalizar que estas situaciones ocurran.

Necesitamos un cambio de definición, terminología, trato, estigmatización y prismas con los que mirar el mundo y a las madrastras en particular. En mi caso, como madrastra, no me he sentido empoderada todo el tiempo. De hecho, me ha costado mucho sentirme madrastra. Es una situación muy difícil y en numerosas ocasiones me he sentido desbordada, juzgada negativamente, desdibujada, desmotivada, sin reconocerme a mí misma, triste. Y he echado de menos referentes (textos, vídeos, libros...) con los que pudiera sentirme comprendida o identificada. O, tal vez, otras personas en mi misma situación con las que poder crear tribu y abrazarnos en sororidad madrastril. Pero no he encontrado ninguna de estas cosas. Y todo es por la misma razón: la madrastra es tabú, invisible y no hay voluntad de entenderla.

Supongo que es más fácil juzgar que comprender, más fácil posicionarse que mantener una actitud neutra. Es habitual, con el paso de los años, que la vida te junte con personas con mochilas emocionales o cargas familiares que forman parte de quienes las llevan (o que tú seas esa persona). Cuando comencé mi relación con mi pareja, entre las diferentes cosas que guardaba en su mochila (ninguna fácil de llevar, por cierto) estaban sus dos hijxs. La gente se permite juzgar y criticar como si no hubiera sentimientos en juego (no solo los míos) y un periodo de adaptación necesario para todxs. Comentan tu vida como colaboradores de Sálvame. Creen que mereces ser juzgada, analizada, diseccionada porque sabías dónde te metías, y ese tipo de comentario te lo vas a encontrar en situaciones que no sabes cómo gestionar o en los momentos menos apropiados.

Por supuesto que comienzas una relación con una persona que tiene una ex y una familia anterior. Pero no por ello se le tiene que legitimar a la gente para que haga comentarios ofensivos que no aportan. Eres la dueña de tu vida y al final eres tú quien tiene que vivirla, nadie más.

Todo en la vida es un aprendizaje y ser madrastra no podía ser una excepción. Los principios son difíciles. Me he sentido diminuta, una extraña en mi propia casa, sin intimidad, poco respetada, y con ganas de llorar. Esta sensibilidad persistente me desestabilizaba con frecuencia, y me impedía gestionar los cambios. Y eso que, en mi caso, siempre me he sentido respaldada por mi pareja. Somos un equipo, trabajamos juntos en horizontalidad, no hay jerarquías y me apoya en las decisiones, las tomamos conjuntamente y mis valoraciones son tan atendidas como las de él.

Soy consciente de que esto no siempre es así, pero es lo que debería pasar: hablar mucho, comprenderse y hacer piña, sentirse escuchada y crear un clima de confianza para poder llegar a empoderarte. Con esto no quiero decir que hay que quedarse con la idea de que el amor todo lo puede, no es así. Es una situación difícil y, por mucho amor que haya, este tiene que ir acompañado de muchas cosas. Incluso de permitirse validar los enfados, la frustración y el miedo. Miedo a no saber hacerlo bien, miedo a no poder seguir, miedo a ser juzgada.

Es cierto que, si tienes una pareja o personas que te acompañan en la andadura, aunque sigue siendo difícil, todo es mucho más llevadero. Pero al final eres tú la que tiene que entenderse y escucharse. Me di cuenta de que no podía controlar todo lo que estaba a mi alrededor, pero sí había cosas que dependían de que yo hiciera algo. Para mí fue revelador. Tienes que preocuparte de lo que puedes controlar, lo demás ya vendrá. Aunque parezca un cliché, todo es tiempo, conocerse a ti y a los que tienes cerca y sentirte cómoda en tu nuevo rol. Nada más ¡y nada menos!

Habrá personas en el camino que no entiendan o no quieran entender que te involucres en la educación, crianza o nivel afectivo de lxs niñxs. Y te preguntarás cuál es la forma buena de hacerlo. Estás compartiendo espacio vital, preparas comidas, te despiertas por las noches, los ayudas a vestirse, con los deberes, les limpias el culo, juegas, haces labores de cuidado, acoplas tu horario al suyo, amoldas tu vida a la suya... Pero luego, cuando oyes que los valores o la educación deben ser transmitidos por sus progenitores, ¿qué haces? ¿Cómo se hace eso? A fin de cuentas, es involuntario, estás marcando su vida inconscientemente. Sé que cualquier figura adulta se acaba convirtiendo en una figura de referencia. Eso se puede ver muy bien en lo que ocurre en el colegio con las profesoras. ¿Cómo se traslada a la convivencia? Si eres una persona pasiva y silenciosa que no participa activamente, estás lanzándoles un mensaje que va a influir en su educación y les va a formar como personas. Los marcas con esa conducta, igual que si ocurre a la inversa y lo haces activamente . La diferencia es que cuando lo haces activamente, decides lo que haces, y es más fácil ser consciente de los mensajes que les llegan. De la otra manera, no sabes qué es lo que estás sembrando. Si tengo que elegir, prefiero hacerlo de esta manera, sabiendo en todo momento cuál es mi función y mi lugar.

Con frecuencia la gente cuestiona que quieras ocupar una posición que no te pertenece. Sé muy bien que esxs niñxs tienen un padre, una madre, y también tíos, tías, primos, primas, abuelos, abuelas, pero también sé que tienen una madrastra y que soy yo. Igual que reconociéndote como madrastra no quieres ser su abuela, reconociéndote como madrastra no quieres ser su madre. Pero antes de haberte reconocido, estás tan asustada que no has podido ni pensar. Hablo de esto porque la gente tiende a comentarlo y es un error, como si tú fueras una ladrona de niñxs, como si te gustara estar en competición o interferir.

Yo tengo muy claro mi rol. Quiero ser una persona,  con su intimidad, con su casa, no quiero ocupar el lugar de madre, ellos ya tienen una. Quiero ocupar mi posición como madrastra. Supongo que como todo el mundo, estar tranquila y feliz. ¿Soy tan distinta a ti?

Es una labor muy dura, en ocasiones nada gratificante, y una montaña rusa de emociones. Después de haber hecho un trabajo de empatizar con todo el mundo, tienes que empezar a empatizar contigo misma, valorar los sentimientos y situaciones que se producen a tu alrededor, poner límites con los que te sientas cómoda y comunicar en qué puntos no puedes ceder, y en cuáles sí. Es un trabajo que hay que hacer: no llega solo, pero os garantizo que llega. La crianza es el deporte de riesgo más extremo que he conocido y al final cada cual lo hace lo mejor que puede y sabe. Por muy cuesta arriba que se presente el camino en ocasiones, a mi familia no la cambio por nada.

A ti, que me lees, si no te habías planteado nada sobre madrastras y te ha servido este texto para conocernos un poco mejor, abrir miras, plantearte cosas, valorar y medir comentarios o pensamientos, gracias. Me siento muy reconfortada. Y a todas aquellas madrastras que se sientan perdidas o con ganas de tirar la toalla, les diré que hay luz al final del túnel, que no estáis solas. Y a las que hayan encontrado su sitio les diré: ¡Cuánto me alegro, hermanas!

Querámonos más entre nosotras, hagamos la vida más fácil a las demás, porque esta cadena de cariño también nos alcanzará a nosotras y nuestra vida acabará siendo un poco más fácil. La madrastridad no es un camino de rosas, pero si se la conoce mejor, puede que nosotras, las madrastras, nos sintamos más integradas en la conciencia colectiva y vivamos tranquilas, sin miradas inquisidoras.

Y así, poco a poco, las verrugas de nuestras narices de madrastra se harán cada vez más pequeñas.

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