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El talibán y la necrofilia

Fernando Rovetta Klyver

Profesor de Ciencia Política en la Universidad de Castilla-La Mancha y suscriptor de Público.

El talibán y la necrofilia
Mujeres en Afganistán. Sajjad Hussain / AFP.

Desde el final de la Gran Guerra, pese a que se lo pretende atenuar como "efectos colaterales", el porcentaje de población civil que muere en conflictos bélicos aumenta de forma exponencial. Pero dentro del mismo hay otro invisibilizado, como es de costumbre: el colectivo de mujeres víctimas, violadas, reducidas a esclavas sexuales o asesinadas.

En el caso de Afganistán en guerra desde 1979, con el regreso del Talibán al poder, la mujer pasa a ser la víctima central, ya no colateral. Esto induce a preguntarnos por qué ese odio y temor a la mujer o ginecofobia, "temor mórbido o aversión patológica" contra la mujer, se convierte en el centro de sus políticas públicas. Se trata de la versión más salvaje del patriarcado: una variante de la necrofilia que ataca a esa parte de la humanidad que puede gestar y dar vida a toda ella.

Si bien en sus primeras declaraciones el gobierno Talibán se mostró dispuesto a reconocer los derechos a la educación y al trabajo de la mujer, añadió como norma de clausura: "siempre en el marco de la ley islámica". Esta Ley o Sharía es el resultado de una peligrosa confusión entre lo político y lo religioso, interpretada de un modo fundamentalista. Esto no es nuevo, en el anterior gobierno Talibán entre 1996 y 2001, las mujeres fueron sometidas a un apartheid que les impedía acceder a la escuela a partir de los 8 años. Solo podían hacer tareas domésticas para terminar siendo entregadas a sus maridos antes de los 18 años de edad.

En Mil soles espléndidos (2007), el afgano Khaled Hosseini pone en boca del protagonista: "Sé que aún eres pequeña, pero quiero que lo sepas y lo comprendas desde ahora (...) El matrimonio puede esperar; la educación no. Eres una niña muy, muy inteligente. De verdad, lo eres. Puedes llegar a ser lo que tú quieras, Laila. Lo sé. Y también sé que, cuando esta guerra termine, Afganistán te necesitará tanto como a sus hombres, tal vez más incluso. Porque una sociedad no tiene la menor posibilidad de éxito si sus mujeres no reciben educación, Laila. Ninguna posibilidad."

Así como Gines de Sepúlveda en el s.XVI para legitimar la esclavitud negaba la humanidad de los habitantes del otro lado del mar; para esta interpretación de la Sharía, las mujeres no son seres humanos, son propiedades del hombre, como puede serlo su ganado. En realidad, al no ser capaces de reconocer como igualmente dignas a las mujeres, a pesar de -y gracias a- su diferencia, quienes pierden la condición humana y su dignidad son estos hombres, muy celosos de una masculinidad que pervierten y queda en entredicho. Al negar a la mujer, se niegan como hombres, como personas y como pueblo.

Si Hitler condenaba a hornos crematorios a millones de personas que no eran de raza aria, el gobierno Talibán condena al ostracismo doméstico y al de vestimentas enclaustrantes a millones de mujeres por el hecho de serlo. Aquí no está en juego la raza, tampoco la lengua ni la religión, lo que se torna principal eje de discriminación al extremo de que puede suponer castigos públicos o la muerte, es el sexo.

Para calibrar la gravedad de este fenómeno que conmueve a la mejor parte de la humanidad y que debieran combatir todos los gobiernos del mundo, nos permitimos señalar tres aspectos:

1.Si para Ferrajoli los derechos humanos son "la ley del más débil", que se opone a la ley de la selva; podría interpretarse a los derechos humanos como la ley de la mujer. Es parte del discurso patriarcal calificarla de sexo débil, cuando en realidad la fortaleza de la mujer no pasa por el peso que pueda levantar o su velocidad para desplazarse. Su fortaleza se manifiesta no sólo soportando los dolores de parto, sino también encarando con mayor firmeza las adversidades que puede sufrir un pueblo. El caso de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayor es suficientemente conocido.

2.La evolución humana, si bien contempla un aspecto de hominización que se refiere al aspecto físico, se define principalmente por la humanización referida a los valores y actitudes que las personas pueden asumir y desarrollar libremente.

En estos dos aspectos de la evolución, no se atendió suficientemente a la singularidad de la mujer. Respecto a lo físico, Carmen Valls Llovet promueve la "ciencia de la diferencia". La medicina se presentó como una ciencia que estudia un cuerpo neutro, cuando en realidad se centró en el cuerpo masculino. Tardíamente se advirtió que los síntomas de una cardiopatía son diferentes en el hombre que en la mujer.

3.Por su parte, Lawrence Kohlberg debió admitir que en su estudio sobre la evolución moral de la humanidad, el cuestionario estaba dirigido al colectivo masculino que resultaba favorecido. Su discípula, Carol Gilligan le propuso que incluyera la variable del cuidado, del trato al más débil, entonces el resultado cambió de signo.

Es aquí donde la mujer se presenta como principal garante de los derechos humanos. El cuidado del débil, no es una virtud inferior a la justicia, subraya Gilligan.

Ahora sí, regresemos a la monstruosidad de la política Talibán: los menos evolucionados moralmente han tomado como objetivo a esa parte de la humanidad más evolucionada, más humana, más cuidadora de los débiles y del ecosistema. Tal política representa una involución antológica, de libro, un regreso a la "ley del más fuerte". Fuertes como animales de carga, menos dotados intelectual, moral y sexualmente. Un primate necrófilo que adopta conductas que ni entre los animales se observa.

Es obvio que la potencia hegemónica, tras su década bélica de carácter patriarcal, capitalista y colonial, no resolvió en absoluto el problema del pueblo afgano. Por el contrario, quienes colaboraron con ella ahora son perseguidos. Sólo buscaban una salida a su industria armamentista, pretextando la búsqueda de un Bin Laden que ellos mismos habían tenido como aliado y al que dotaron de armas.

Hoy se trata de apostar por el desarme y la prohibición del comercio de armas principalmente con los fundamentalistas; superar la desgarradora desigualdad que genera el capitalismo del desastre, y apostar por una comunidad internacional que de prioridad a la protección de los débiles, incluyendo a tierra empobrecida y contaminada. Para todo ello es necesario que el porcentaje de participación femenina en la cosa pública pase a ser mayoritario.

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